jueves, febrero 28, 2013

Thebussem (XLII)



Cabecera del cuento en la edición de la "Colección Elzevir"

Un papagayo (historia verdadera), una crítica thebussiana al estamento militar y a la sociedad del momento ( y III)


Entre los jefes y oficiales de la guarnición de Sevilla cayó como una bomba la repentina marcha de Ruiz. Semejante suceso no tenía explicación lógica. Los curiosos se devanaban los sesos por hallar la clave del enigma. El coronel manifestó, en carta, a uno de sus compañeros, que el traslado obedecía a la falta de salud de su esposa. Semejante argumento fue calificado por unanimidad de razón de pie de banco.

El café del Recreo, de Sevilla, se hallaba por aquellos tiempos en la plaza del Duque, esquina a la calle de Armas, o sea, en la casa que hoy ocupa mi excelente amigo el señor Duque de T´Serclaes.(1) Allí concurría un grupo de militares, de los que era caporal el capitán Orellana. Hubiera sido éste hábil jefe de policía o buen juez instructor, según lo perito que era en descubrir el origen de los acontecimientos más embrollados y misteriosos.

Llega una tarde el capitán falto de aliento, casi sin poder hablar, y en voz entrecortada manifiesta que ya se conoce el motivo del traslado de Ruiz.

―¡Diga usted…, diga usted! ―exclamaron los oyentes.

―Allá voy, descansaré un poco. He venido a escape desde el cuartel… Juan ―dijo al mozo―, café , copa y puro.

Servida que fue su demanda, soltó la voz a semejantes razones:

―Ustedes saben, como yo y como todo el mundo, lo tirante que ha sido siempre Ruiz con los asentistas. Diariamente pesaba el pan, y el tocino, y el arroz, y los garbanzos, y el queso, y en fin, todo. Como es honrado a carta cabal, y además rico por su casa, no parte peras con nadie. O se cumplen las contratas al pie de la letra, o su multa y a la calle. Aquí les apretó el corpiño a los proveedores, y ellos, como gente de dinero, mandaron comisarios a Madrid, han gastado seis u ocho mil duros en la corte, y Ruiz ha ido a quitarse las moscas a Zaragoza. Y todo esto, que lo sé de buena tinta, es la purísima verdad.

Discutido, y después de algunas ligeras observaciones, se aprobó y creyó por unanimidad el informe de Orellana, mientras que éste, con gran delectación y contento, saboreaba su café, su copa y su puro.

EPÍLOGO

Poco, muy poco, extremadamente poco, fue el cierto del capitán. Ni los apoderados de los asentistas se movieron de Sevilla, ni repartieron miles de duros en Madrid. El regalo dedicado a Perico Sánchez, oficial de la sombrerería de Calvo, por sus ensayos de ventrílocuo simulando que charlaba el loro de la casa frontera, fue tan solo de una botella de aguardiente de Cazalla.

El Doctor Thebussem.



Medina Sidonia, diciembre de 1898 años.



(1) Juan Pérez de Guzmán y Boza, II Duque de T´Serclaes (Jerez de los Caballeros, 1852- San Sebastián, 1934), ostentó este título desde 1877. Contrajo matrimonio en 1882 con María de los Dolores Sanjuán y Garvey, que le dio diez hijos. Licenciado en Derecho, fue senador por Badajoz y gentilhombre de cámara de Su Majestad, Gran Cruz de Carlos III, ministro consejero de las órdenes militares y teniente de hermano mayor de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla (1913); gran bibliófilo, bibliógrafo y mecenas literario, fue también miembro fundador de la Sociedad de Bibliófilos Andaluces (1869), académico de la Real de Buenas Letras de Sevilla (1892) y de la Real Academia de la Historia (1909). Alfonso Guajardo-Fajardo y Alarcón, “Don Juan Pérez de Guzmán, duque de T´Serclaes, maestrante y académico”, en http://institucional.us.es/revistas/rasbl; http://www.fundacionmedinaceli.org.

jueves, febrero 21, 2013

Thebussem (XLI)


Retrato del capitán general Ramón María Narváez, primer Duque de Valencia, Vicente López (1849), Museo de Bellas Artes de Valencia

Un papagayo (historia verdadera), una crítica thebussiana al estamento militar y a la sociedad del momento (II)

Tomada esta venganza, o sea, devuelto el botonazo, acordó el matrimonio dar los pasos convenientes para salir de Sevilla. Fuera ridiculez comprar y matar el loro, abstenerse de transitar por la calle de Francos o tratar del asunto con el capitán general. Todos estos caminos eran a cual peores, y todos iban derechos al campo de lo ridículo.

―Nada ―decía doña Rosario―, te vas de seguida a Madrid, le pides a don Ramón Narváez,(1) que tanto te aprecia, que nos destine a otra capital, y de seguro nos complace.

―Pero mujer… ―dijo Ruiz.

―Hijo mío, no hay pero que valga. Si tú no quieres salir de aquí, yo me marcho a Málaga con mi madre mientras dure el destino. Lo que soy yo, te juro que no aguanto al loro.

Y como, según advirtió Sancho Panza, cuando las mujeres toman la mano a persuadir una cosa, no hay mazo que tanto apriete los aros de una cuba como ellas aprietan a que se haga lo que quieren,(2) el coronel tomó el camino de la Corte.

***

Narváez, que ciertamente estimaba mucho a Ruiz por su honradez, valor y buenas prendas, lo recibió en el acto por sospechar que tan rápido viaje lo motivaba algún suceso militar que no convenía tratar por escrito.

Cuando el Duque de Valencia oyó al coronel referir con la mayor sinceridad y buena fe toda la relación de loro, se quedó pasmado y atónito. Miró de hito en hito a su interlocutor y sin contener la risa contestó:

―Hombre, no sea usted estúpido; ni los loros saben lo que dicen, ni usted tiene nada de cobarde. Ríase usted de la ocurrencia como yo me río.

―Todo eso es verdad y está muy bien, mi general; pero es el caso que yo no me atrevo…, que yo no quiero… volver a Sevilla…

―¡Caracoles! ―dijo el irascible y violento Narváez, dando un puñetazo sobre la mesa―, usía irá donde yo le ordene, y si me desobedece…, lo mandaré a un castillo, o le quitaré la casaca, o lo fusilaré por la espalda… ¡Pues no faltaba más! Y si no merece usía tanto castigo como militar bizarro, sí lo merece como hombre tonto. ¡Digo…! ¡Hacer caso y tomar a pechos las voces de un loro!

El coronel aguantó inmóvil la rociada. Y Narváez, conociendo que se había excedido, y que procuraba templar siempre los arrebatos de su carácter con francas y caballerosas satisfacciones, se apresuró a manifestar:

―Perdone usted, amigo Ruiz, son cosas de mi genialidad; no volverá usted a Sevilla… ¿En qué punto desea usted servir?

―En el que vuecencia disponga, mi general.

―Está bien, irá usted a Zaragoza. Aquella administración militar está endiablada, quiero que usted dé ejemplo con su regimiento para ver si entran en cintura varios asentistas y proveedores… Además, en Zaragoza, que no es puerto de mar, deben escasear los papagayos ―añadió Narváez sonriendo mientras estrechaba afectuosamente la mano del coronel.

(Continuará)


(1) Ramón María Narváez y Campos, I Duque de Valencia (Loja, 1800 - Madrid, 1868), fue siete veces Presidente del Consejo de Ministros entre 1844 y 1868. Tras destacar en las Guerras Carlistas, fue ascendido a mariscal de campo (1838) y elegido diputado a Cortes. De ideología liberal, se enfrentó a Espartero y, en 1844, con la mayoría de edad de Isabel II, se convirtió en presidente del gobierno impulsando entonces la Constitución de 1845. Entre 1845 y 1851 ocupó de nuevo el cargo, y sofocó eficazmente varios motines que no eran sino un reflejo de la Revolución de 1848. Entre 1856 y 1868 presidió tres gobiernos que destacaron por su política represiva y la introducción de reformas. Cinco meses después de su fallecimiento, caería la reina Isabel.
(2) Don Quijote de la Mancha, Segunda parte, capítulo VII. Sancho se disculpa ante don Quijote por haberle pedido un aumento de su salario como escudero al saber que el bachiller Sansón Carrasco se ha ofrecido para tal menester: “Y si me he puesto en cuentas de tanto más cuanto acerca de mi salario, ha sido por complacer a mi mujer, la cual, cuando toma la mano a persuadir una cosa, no hay mazo que tanto apriete los aros de una cuba como ella aprieta a que se haga lo que quiere; pero en efecto, el hombre ha de ser hombre; y la mujer, mujer; y pues yo soy hombre dondequiera, que no lo puedo negar, también lo quiero ser en mi casa, pese a quien pesare”.

viernes, febrero 15, 2013

Thebussem (XL)


Desnudo del papagayo, Ignacio de Zuloaga (1906), Colección particular, foto cedida por Li Taipo

Un papagayo (historia verdadera), una crítica thebussiana al estamento militar y a la sociedad del momento (I)

El cuento que editamos a continuación fue compuesto por Thebussem para la revista literaria Vida Nueva, donde apareció en el primer número de enero de 1899. La publicación, entre cuyos colaboradores figuraba desde su fundación el ilustre asidonense (ya en el número 2, de 19 de junio de 1898), fue dirigida en su primera etapa por Eusebio Blasco y contaba en su consejo de redacción con personalidades como Blasco Ibáñez, Mariano de Cavia o Pérez Galdós, y entre sus colaboradores con Castelar, Unamuno, Ramiro de Maeztu o Ángel Ganivet. Su ideario venía a recoger el llamado más tarde “espíritu del 98” y se sitúa por algunos entre el socialismo y el regeneracionismo, aunque más bien habría que pensar en un grupo que sólo excluye el reaccionarismo. La revista fue censurada por los arzobispos de Sevilla y Tarragona, quienes prohibieron a sus fieles su adquisición. Por otro lado, contribuyó, ya en su segunda etapa (Dionisio Pérez la dirige desde octubre de 1899) al descubrimiento de nuevos valores del momento como Valle-Inclán, Rubén Darío o Juan Ramón Jiménez.

Un papagayo (historia verdadera) sería reeditado ese mismo año en la antología de escritos thebussianos Futesas literarias (Barcelona, Juan Gili, “Colección Elzevir Ilustrada", 1899, pp. 109-118); en 1902, en la Cuarta ración de artículos (Madrid, Rivadeneyra, pp. 207-212); años más tarde en El Álbum Íbero-Americano (Madrid, 14 de julio de 1909, pp. 308-309); y muy recientemente, por Luis Puelles Romero, en “La Caja de oro“ y otros escritos del Dr. Thebussem (Cádiz, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz, 2000, pp. 249-255). Aquí se indica erróneamente que el escrito es de 1900.

Un papagayo (historia verdadera)

A don Juan Navarro Reverter(1)

Por los años de mil ochocientos cuarenta y tantos vivían en una modesta casa de la calle de Francos, de Sevilla, frontera a la sombrerería de Calvo, dos muchachas graciosas y discretas que ganaban honradamente su vida trabajando en costura.

Eran conocidas por “las Papagayas”. Semejante apodo provenía de que, entre las macetas y canarios del balcón, se hallaba un papagayo de tal lengua y tal entendimiento, que era una maravilla en su género. Pronunciaba admirablemente las palabras “¡qué rico!, ¡qué risa!, Rosita, Ricardo, Rosario, ¡cobarde!, ¡fea!, ¡valiente!, ¡rabia, no te quiero!”, y otras por el estilo. Era el pájaro el encanto de los vecinos, y en particular de los oficiales de la sombrerería de enfrente.

Aun cuando la advertencia sea tonta, debemos declarar que al buen loro le pasaba lo que a los jugadores de monte o de ruleta, es decir, que acertaba o no acertaba. Al pasar un pobre ciego o un aguador, por ejemplo, les espetaba un “¡qué bonita eres!”, y al ver a dama elegante, en vez de piropo, solía soltar una grosera voz o palabrota que no venía a pelo. Y el público, sin embargo, aplaudía al loro, lo mismo en sus aciertos que en sus disparates. Y lo más estupendo del caso es que no solamente las mujeres sino los mismos hombres parecían estimar los requiebros del loro, y ofenderse o no agradarles las desvergüenzas que espetaba. ¡Tal es la debilidad de la raza humana!

***

El coronel Ruiz, que llevaba seis u ocho meses de guarnición en Sevilla, era militar bizarro y cumplido caballero. Se había portado noblemente en la primera guerra carlista, ganando todos los ascensos con la punta de su espada, por cuya razón ostentaba en el pecho la cruz laureada de San Fernando. Su esposa doña Rosario, malagueña arrogante moza, escuchó al atravesar la calle de Francos, cierta voz chillona que repetía: “¡Rosario, Rosario!”; y al volver instintivamente la cara, le agregan: “¡Fea, fea!”

La dama se puso roja como la grana. Una pobre mujer del pueblo trató de serenarla, diciendo: “Señora, no haga usted caso, que usted es muy guapa, y quien habla es ese maldito loro que, según las cosas que dice, debe de tener a los mismísimos demonios metidos en el cuerpo”.

Cuando la coronela llegó a su casa, llena de irritación y enojo, y refirió la aventura al marido, éste soltó una carcajada diciendo enseguida: “Mujer, no seas estúpida; ni los loros saben lo que dicen, ni tú tienes nada de fea. Ríete de la ocurrencia como yo me río”.

Al poco tiempo pasó el coronel Ruiz por la consabida calle, y al sonar las voces de “¡melitar, melitar!”, recordó el suceso de su consorte; y echando una mirada despreciativa al balcón de las Papagayas, se sonrió siguiendo su camino adelante. A los pocos días llegó intencionadamente al mismo sitio, y entonces, entre otros graznidos y palabras, resonaban con la mayor claridad las de “¡melitar… cobarde…, cobarde…, cobardeee!”

Y aquel hombre, que no temía ni a los hombres ni a las balas ni a los grandes peligros, se estremeció y palideció. Su razón y su serenidad le hicieron comprender en el acto que mostrar enojo y sacar la espada para un loro, sería aventura casi igual a la de Don Quijote con el retablo de maese Pedro. Cuando el coronel relató a su esposa lo ocurrido, ésta rompió a reír diciendo: “Hombre, no seas estúpido; ni los loros saben lo que dicen, ni tú tienes nada de cobarde. Ríete de la ocurrencia como yo me río”.

(Continuará)

(1) Juan Navarro Reverter (1844-1924), político y escritor, fue ministro de Hacienda con Cánovas entre 1895 y 1897. A la muerte de éste, pasó al Partido Liberal, y ocuparía la misma cartera ministerial en otras tres ocasiones. Fue también ministro de Estado, presidente del Consejo de Estado y senador vitalicio (desde 1903).

jueves, febrero 07, 2013

El lamento de Ariadna (XIII)


Ariadna, fragmento de Las nupcias de Baco y Ariadna, Guido Reni (1638-1640), Pinacoteca Nazionale di Bologna
El lamento de Ariadna (XIII)

Lógicamente, el asunto de Ariadna abandonada sirvió de pretexto a los artistas barrocos para el estudio del desnudo femenino en poses más o menos cargadas de movimiento atendiendo a la intensidad dramática del momento que se quisiese reflejar.

El pintor boloñés Guido Reni (1575-1642), que contaba con el reciente ejemplo del fresco que Annibale Carraci pintara para el Palacio Farnese de Roma (1595-1605), realizó entre 1638 y 1640 una nueva versión de Las nupcias de Baco y Ariadna por encargo del cardenal Barberini pero destinada a Enriqueta María de Borbón, esposa del rey de Inglaterra Carlos I Estuardo. De la obra se conserva sólo un fragmento de 220 x 150 cm que guarda la Pinacoteca Nazionale de Bolonia, donde fue depositado por la Fondazione del Monte. Ejecutado en Bolonia, el lienzo fue enviado a Roma para su traslado a Inglaterra, pero los dramáticos hechos allí acontecidos, que terminarían con la decapitación del rey, hicieron que permaneciese en Italia hasta que la propia Enriqueta lo vendió en 1648 para sanear su economía, pasando entonces a la colección del banquero Michel Particelli d´Hémery, tras  cuya muerte fue destruida parcialmente por un incendio (1650). La figura de Ariadna que, sentada sobre una roca en la playa, recibe la corona que presagia su transformación en constelación, debió de ser recompuesta posteriormente para su venta. Podemos hacernos una idea de la composición completa atendiendo a la reconstrucción que se halla en el Palacio de Montecitorio de Roma.    

Reni había pintado anteriormente el lienzo Baco y Ariadna en Naxos (1619-1621), hoy en el County Museum of Art de Los Ángeles, pero más que ambas pinturas, centradas en la teofanía, nos interesa la más desconocida Ariadna de su discípula Elizabetta Sirani, cuyos restos reposan en la basílica boloñesa de Santo Domingo junto a los de su maestro.  

Ariadna, Elizabetta Sirani, Archangelsk Museum de Moscú, http://www.foroxerbar.com
Elizabetta (Bolonia, 1638-1665) era hija del primer ayudante de Guido Reni,  Giovanni Andrea Sirani, junto al que estudió y de cuyo taller se hizo cargo cuando le invalidó la gota. Profesional desde los 19 años gracias al apoyo del conde Carlo Cesare Malvasia, reunió a su alrededor un grupo de mujeres pintoras entre las que se contaban sus hermanas Barbara y Anna Maria. Estimada por su modestia, belleza y cultura, fue una artista prolífica, hasta el punto de que muchos dudaron de sus capacidades y se vio obligada a realizar demostraciones públicas de las mismas. Reconocida por su pintura religiosa, especialmente por las escenas de la Virgen con el Niño, se le reprocha cierta dureza en el dibujo de la anatomía, lo que podría justificarse atendiendo a que probablemente no se le permitió, por su condición femenina, ejercitarse en el dibujo del natural con modelos vivos. El óleo Ariadna (208 x 170) refleja el amargo despertar de la joven princesa cretense quien, entre los cortinajes y rocas que abrigan su lecho, divisa ya lejos, en un mar embravecido bajo tormentoso cielo, la vela del bajel de su amado. La acertada composición queda un tanto deslucida por el dibujo de la pierna izquierda cuyo fémur es, quizá, demasiado largo.
Ariadna en Naxos con Baco en la distancia, Alessandro Varotari
De Alessandro Varotari, conocido como Il Padovanino (Padua, 1588 - Venecia, 1649), pintor fuertemente influenciado por Tiziano, se ha subastado recientemente en la galería Sotheby´s el lienzo Ariadna en Naxos con Baco en la distancia, cuyo argumento es un simple pretexto para el derroche de sensualidad que se nos ofrece. Entre las luces de la mañana se vislumbra el cuerpecillo desnudo y blanquecino de Baco, que parece agitar sus brazos. Más allá, los tonos se van enfriando aún más, en perfecta gradación cromática, para mostrarnos el mar (una mínima mota nos hace adivinar el barco de Teseo) y el celaje. Incorporada sobre un lecho de púrpura y apoyada en rico cojín, Ariadna hace cómplice de su suerte al espectador mientras cubre delicadamente su sexo. Las rosas anuncian las nupcias que vendrán o recuerdan las pasadas; las joyas, el cabello recogido y el perrillo recostado son símbolos del matrimonio. Este último es elemento habitual en los desnudos de Tiziano en los que se inspira Varotari: la Venus de Urbino o Dánae.

Ariadna, Paulus Bor
Nada que ver con la anterior tiene la visión de Ariadna atribuida al pintor holandés Paulus Bor (Amesfoort, h. 1601-1669) que hoy expone el Muzeum Narodowe de Poznan. Realizado entre 1630 y 1635, este óleo  (149 x 106 cm) es testimonio de la influencia de Caravaggio  en el artista, quien entre 1623 y 1626, gracias a la holgada posición de su católica familia, disfrutó de una estancia en Roma que le permitió conocer las corrientes pictóricas del momento. Allí formó parte del grupo Bentvueghels con el seudónimo Orlando. De regreso a su tierra natal, ingresaría en el gremio de San Lucas y participaría, invitado por el maestro Jacob Van Campen, de quien recibió también notable influjo, en la decoración del palacio Huis Honselaarsdijk (1630).  Las pocas obras que de él se conservan se caracterizan por sus composiciones poco habituales, una técnica un tanto primitiva y la presencia de objetos misteriosos y simbólicos. Su Ariadna más bien parece una recatada campesina que acaba de ser ultrajada que una princesa. Aterida de frío, intentando ocultarnos su desnudez, se asoma tímida desde el interior de una habitación: el hilo que diera a Teseo cae de su regazo hasta una cajita redonda entreabierta. Sus pies desnudos buscan darse calor.

martes, febrero 05, 2013

Medina Sidonia en la Guerra de la Independencia (XL)



Desde estos días, y en los habituales puntos de venta de Medina Sidonia, puede adquirirse el libro

Medina Sidonia
durante la
Guerra de la Independencia
(1808-1814),


 publicado por la Asociación Cultural Puerta del Sol, al módico precio de 15 euros.


A lo largo de casi 1.200 páginas, y en dos tomos, Jesús Romero Valiente hace un minucioso recorrido por la Medina Sidonia de este momento, ofreciéndonos el panorama que presentaba la ciudad al inicio de la guerra, lo acontecido a partir de la declaración de la misma durante 1808 y 1809, una precisa descripción de la ocupación francesa entre 1810 y 1812, el relato de la jura y proclamación de la Constitución de Cádiz, y la formación del primer Ayuntamiento Constitucional en 1812... Son de especial interés los capítulos que dedica a la transcripción de documentos, biografías y láminas ilustrativas (muchas de ellas muy novedosas y varias acuarelas del autor). Finaliza el segundo volumen con un apéndice de Salvador Montañés, Manuel Montañés y Alberto Ocaña sobre la utilización del castillo durante la ocupación napoleónica, y otro de Antonio Pérez-Rendón, que edita y estudia dos preciosos textos de la época.

PUNTOS DE VENTA

Papelería Iris, c/ Álamo
Prensa Pascuala, c/ Álamo
Oficina de Turismo, c/ San Juan
Yacimiento romano (Cloacas), c/ Ortega
Iglesia de Santa María, Plaza de la Iglesia

Para cualquier consulta, puedes contactar con nosotros a través de este blog.

viernes, febrero 01, 2013

Thebussem (XXXIX)


Primer ómnibus, ideado por George Shillibeer en 1827. Tomado de http://en.wikipedia.org 


El número 1248, otro cuento gaditano de Thebussem (y III)

―Señores, ¡al coche, que es tarde! ―gritó el mayoral.

Entramos en el ómnibus. Aunque el tío Currito se repuso pronto y no iba alicaído, ninguno de los hombres quiso recordar la escena del ventorrillo, pero una moza de cántaro exclamó:

―Tío Currito, ¡bien han camelado a Vm. para comprarle el billete! Creí que era Vm. hombre de agallas, y me sale usted un bobalicón. ¡Digo, haber vendido su suerte! ¡Qué lástima!

―¡Señora! ¿Qué está Vm. diciendo?

―Pues, hijo, lo que Vm. oye; que es una lástima lo que ha pasado: eso es lo que estoy diciendo y lo que repito, por si es Vm. tardo del oído.

―Comadre, no se sulfure Vm. Muy verdad que es una lástima lo que ha sucedido, pero esa lástima no me la aplique Vm. a mí; ¡guárdela Vm. para el Chato cuando esta noche se cale las antiparras(1) y vea que el medio billete compañero de éste (y volvió a sacarlo con ligereza de su cartera) es de la lotería que se jugó hace tres meses! ―Señora ―continuó diciendo el orador con sorna y en medio de la sorpresa del auditorio―, para dispensar lástimas es necesario tentarse la ropa, andar con pies de plomo y tener muchísimo cuidado.


El Doctor Thebussem


Huerta de Cigarra

(1) Las gafas.

viernes, enero 25, 2013

Thebussem (XXXVIII)

Billete de lotería nacional de 1813, http://www.elmundo.es

El número 1248, otro cuento gaditano de Thebussem (II)

Sacó pues del bolsillo interior del marsellés(1) una abultada cartera, que en su mocedad debió de ser roja y ya era color de chocolate; la abrió con gran calma en medio del mayor silencio; tiró de un papel color de rosa, que se encontraba en la parte más oculta de ella; lo desdobló; apareció el billete; y en aquel momento, como reo que ya en el patíbulo pide indulto, dijo con turbada lengua:


― Este medio billete vale dos duros. ¿Quieres tres, regalados, y no hay negocio?

― ¡Que no…, que no! ―gritaron el Chato y el público―. ¡Trato hecho, trato hecho!

El vendedor entonces, resignado y cariacontecido, dobló el billete por medio; le pasó tres veces las uñas del índice y del pulgar; se llevó el doblez a la lengua; lo humedeció; lo rasgó; dio un gran suspiro; y entregó el documento al comprador diciéndole:

―Ahí llevas un buen billete…; nada menos que el 1248…; repara en que sus números:


el… 1,


el… 2,


el… 4,


y el… 8,

van a la dobla y rezan el mismísimo año que, según dicen, ganamos a los moros la gran Sevilla, tierra de mi alma. Entérate bien, hombre, entérate, y que no se diga nunca que, porque eres chato, no ves más allá de tus narices; en tu vida has comprado un billete en las condiciones del presente; y buen tonto…

El Chato le cortó el sermón entregándole dos duros, y perdonando el precio de todo el vino con que se había remojado el contrato.

(Continuará)


  (1) "Chaquetón de paño burdo, con adornos sobrepuestos de pana o pañete", DRAE.

sábado, enero 19, 2013

Thebussem (XXXVII)


El Ventorrillo del Chato a mediados del siglo XX. Foto tomada de planetagamusino.blogspot.com
El número 1248, otro cuento gaditano de Thebussem


El número 1248(1)

(1894)

A don José Antonio de Balenchana(2)

Hace ya muchos años que pasó el suceso que voy a referirles. En aquel tiempo las cuentas eran por reales; los billetes de lotería, por cuartos; y los viajes entre Cádiz y San Fernando se realizaban en los grandes coches llamados ómnibus, los cuales posaban (sic) media hora en el ventorrillo del Chato para que los pasajeros descansasen, fumasen, charlasen y bebiesen unas cañas de manzanilla a fin de restaurar fuerzas para proseguir aquella caminata de casi tres leguas.

Venía en esta ocasión entre los viajeros el tío Currito Gómez, alias Lotería, hombre como de cincuenta años, gordete, moreno y carirredondo, famoso chalán de caballos,(3) proveedor de caleseros y de plazas de toros, y sujeto estimado y conocido de la gente del bronce(4) por sus marrullerías, su gracia y su rumbo. Dábanle el apodo de Lotería por su pasión al juego; aseguraba con toda formalidad que el premio gordo lo había de obtener alguna vez, por llevar veintidós años de jugador constante y no haberle tocado nunca. Las listas de premios, en opinión de tío Currito, siempre traían, aun cuando su número no constase en ellas, la buena noticia del último renglón, o sea que el siguiente sorteo se verificará el día tantos de tal mes. “Si no ha sido en esta barqueta, será en la que se fleta”, decía para sus adentros, quedándose esperanzado, alegre y satisfecho.

***


Paramos en el ventorrillo y, después de tomar las consabidas cañas y de hablar de la próxima corrida de toros, dijo de repente el Chato, dirigiéndose a Currito:

―¿Tú llevarás jugado a la lotería?

―¡Pues ya lo creo! ¡Y un billete entero y de buen número! Y que va aquí ―dijo tocando su pecho al lado del corazón.

―¿Quieres venderme medio?

A semejante pregunta puso el tío Currito la misma cara que si le hubiesen propuesto la venta de un ojo, de una oreja o de la mitad de las narices.

―¡Cristiano...! ―exclamó―. ¿Estás loco? ¡Vender yo mi suerte! ¡En qué cabeza cabe semejante barbaridad!

***

Vaya una caña y venga otra caña, vaya una súplica y venga otra súplica; y tanto porfió el Chato y tanto insistió el senado de los oyentes, que Currito, alegre ya con el vino, y atortolado, hostigado y mareado por las voces de la opinión pública que votaba por el ventorrillero y que pedía en coro la consumación del contrato, se decidió a vender su suerte.


(Continuará)
(1) Seguimos la edición que aparece en la Tercera ración de artículos, Madrid, Rivadeneyra, 1898.
(2) Miembro de la Sociedad de Bibliófilos Españoles, editó el Libro de jineta y descendencia de los caballos Guzmanes, compuesto por don Luis de Bañuelos y de la Cerda (1877), y el Cancionero general (1882).  
(3) Chalán de caballos. Define el término “chalán” el DRAE de la siguiente manera: “Que trata en compras y ventas, especialmente de caballos u otras bestias, y tiene para ello maña y persuasiva”.
(4) Gente del bronce. “Fig. y fam. Gente alegre y resuelta”, según el DRAE. Gente pendenciera, que particularmente se dedicaba al trato.

viernes, enero 11, 2013

García Ramos en Sevilla


Malvaloca, José García Ramos (1912 ), Museo de Bellas Artes de Sevilla

Exposición de José García Ramos en Sevilla

Al pintor José García Ramos dedicamos algún espacio de este blog recientemente cuando ilustrábamos el relato thebussiano "Cómo se acabó en Medina el Rosario de la Aurora" pues precisamente el tema del desastrado final de estos rosarios sirvió de inspiración al pintor para varias de sus composiciones más notables: una primera, hoy en paradero desconocido,  que debe tratatarse del óleo reproducido por La Ilustración Española y Americana en 1884; otra, firmada en Roma como la anterior, que guarda el Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires según el Catálogo de pintura española en Buenos Aires de Ana María Fernández García (Universidad de Oviedo, 1997, p. 81); y una tercera y más cercana a nosotros, la que se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Cádiz.

Estos días tenemos la fortuna de contemplar en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, la ciudad en que nació y murió (1852-1912), una muestra que sirve para conmemorar el centenario del fallecimiento del artista, y que se ha realizado (¡son tiempos de crisis!) contando básicamente con los fondos de dicho museo. Quienes somos sus visitantes habituales conocemos bien las escenas representadas en Baile por bulerías (1884), Pareja de baile (h. 1884-1886), que sirve para publicitar la exposición, o ¡Hasta verte, Cristo mío! (1895), obras éstas que reflejan la vertiente más desenfadada y optimista del artista, heredera del costumbrismo tardorromántico del que es innegable paradigma hasta sus últimos días. De hecho, su inacabado óleo Malvaloca presenta el prototipo de la mujer andaluza del momento y fue encargado por los hermanos Álvarez Quintero, máximos exponentes del teatro costumbrista andaluz, en recuerdo del personaje principal de la obra homónima. El óleo colgó en el despacho de los literatos, quienes le dedicaron este soneto, a la vez emocionado homenaje al autor del lienzo:

Vedla, es la encarnación de Andalucía:
En sus ojos, callado, el sentimiento;
En su frente de rosa, el pensamiento,
A quien se rinde de amor la fantasía.

En su boca, libando, la alegría;
La gracia en su apostura y movimiento;
Y derredor, las flores y el aliento
De la tierra bendita de María.

¡Oh prodigio de luz y colores!
¡Quién en tu encanto juvenil advierte
Que naciste entre quejas y dolores;       

Que entre tus flores se escondió la muerte,
Y que la mano que pintó esas flores
Al acabar tus labios quedó inerte...!

 

¿Qué ocurre, Lorenzo?, José García Ramos (1899), Museo de Artes y Costumbres Populares de Sevilla

Muy interesante resulta contemplar reunidos bocetos, dibujos e ilustraciones realizados a lo largo de toda su vida: desde las precisas "academias" al carboncillo de modelos masculinos dibujadas durante su estancia en Roma, adonde acudió en compañía de su maestro, José Jiménez Aranda, y se impregnó del gusto por la pintura de Fortuny; a los esbozos de paisajes, de corte realista, elaborados en algunos de sus viajes; o sus trabajos para las revistas Blanco y Negro, La Ilustración Española y Americana o Hispania, que reflejan el modo de vida de la Sevilla de entonces, ciudad en donde compuso las obras de su madurez y para cuyas fiestas de primavera realizó preciosos carteles.  

La exposición, que podrá verse hasta mayo de 2013, se complementa con un cuidado catálogo, García Ramos en la pintura sevillana, cuya consulta nos ha resultado muy útil en esta entrada.
 

domingo, enero 06, 2013

Curiosidades (I)


Portada del álbum

Vida y color

Los Reyes han traído hoy un ratito de nostalgia mientras desempolvaba y abría unas cajas donde guardaba viejos recuerdos: hojear las páginas del álbum Vida y Color, una auténtica enciclopedia ilustrada donde los niños de mi época aprendimos los nombres de los minerales; la clasificación de los diferentes tipos de plantas; nos deleitamos con dibujos de las más extrañas mariposas y peces; vimos los colores de serpientes que sólo nos sonaban de nuestras lecturas; supimos de aves, pájaros y toda clase de animales; admiramos los rostros de indígenas de los cinco continentes; o nos entretuvimos con aquellas estampitas (nosotros no las llamábamos "cromos") que nos enseñaban el funcionamiento de los órganos del cuerpo humano. La documentación que acompañaba cada ilustración era abundante, clara y precisa de manera que resultaba un magnífico complemento a nuestros libros del colegio. Y esto era más interesante, ¡dónde iba a parar...!  


Fue sorprendente contemplar aquel dibujo de la "mujer sara" con sus protuberantes labios, y más aún leer cómo se originaban.  De ella se decía:

Los sara habitan en la zona meridional del Sudán oriental, en la región del Ubangui-Chari, que se halla al oeste del río Chari. Se trata de un pueblo dividido en multitud de pequeñas aldeas diseminadas por la selva, cuyos habitantes se dedican a la agricultura, actividad en la que participan por igual hombres y mujeres, los varones realizando el desbroce y roturación de los campos;  éstas, las ocupaciones de la siembra y la escarda. Su alimento principal es el mijo, con el que elaboran una especie de cerveza que consumen en grandes cantidades. Una de las facetas más interesantes del pueblo sara es su afición por el adorno, que se manifiesta en el empleo de collares de abalorios o de conchas, brazaletes de hierro, pendientes, etc., y, sobre todo, en la utilización de discos de hueso o marfil insertos en los labios. Este sistema de embellecimiento exclusivo de las mujeres produce un desarrollo monstruoso de los músculos labiales y obliga a quien lo ostenta a alimentarse exclusivamente de papilla de mijo, dada la imposibilidad de masticar comidas sólidas.



Hubo que esperar algún tiempo todavía para que los primeros documentales televisivos nos transportaran a aquellos mundos casi fantásticos de que se nos hablaba. Fue una lástima no haber completado el álbum, y lo ha sido más que con el paso del tiempo algunas estampitas, sólo pegadas con clara de huevo por la parte superior para dejar visible el texto que las acompañaba, se hayan perdido. Desde aquí, mi reconocimiento a quienes lo hicieron posible y tanto nos enseñaron.


sábado, enero 05, 2013

Un cuento de Reyes

El cortejo de los Reyes Magos, Benozzo Gozzoli (1459-1461), fresco, Palacio Médici-Riccardi (Florencia)
Los Magos*

Emilia Pardo Bazán

En su viaje, guiados día y noche por el rastro de luz de la estrella, los Magos, a fin de descansar, quisieron detenerse al pie de las murallas de Samaria, que se alzaba sobre una colina, entre bosquetes de olivo y setos de cactos espinosos. Pero un instinto indefinible les movió a cambiar de propósito: la ciudad de Samaria era el punto más peligroso en que podían hacer alto. Acababa de reedificarla Herodes sobre las ruinas que habían hacinado los soldados de Alejandro el macedón siglos antes, y la poblaban colonos romanos que hacía poco trocaron la espada corta por el arado y el bieldo; gente toda a devoción del sanguinario tetrarca y dispuesta a sospechar del extranjero, del caminante, cuando no a despojarle de sus alhajas y viáticos.

Siguieron, pues, la ruta, atravesando los campos sembrados de trigo, evitando la doble hilera de erguidas columnas que señalaban la entrada triunfal de la ciudad, y buscando la sombra de los olivos y las higueras, el oasis de algún manantial argentino. Abrasaba el sol y en las inmediaciones de la villita de Betulia la desnudez del paisaje, la blancura de las rocas, quemaban los ojos.

«Ahí no encontraremos sino pozos y cisternas, y yo quisiera beber agua que brotase a mi vista» -murmuró, revolviendo contra el paladar la seca lengua, el anciano Rey Baltasar, que tenía sedientas las pupilas, más aún que las fauces, y se acordaba de los anchos ríos de su amado país del Irán, de la sabana inmensa del Indo, del fresco y misterioso lago de Bactegán, en cuyas sombrosas márgenes triscan las gacelas.

La llanura, uniforme y monótona, se prolongaba hasta perderse de vista; campos de heno, planicies revestidas de espinos y de malas hierbas, es todo lo que ofrecía la perspectiva del horizonte. En el cielo, de un azul de ultramar, las nubes ensangrentadas del poniente devoraban el resplandor de la estrella, haciéndola invisible. Entonces Melchor, el Rey negro, desciende de su montura, y cruzando sobre el pecho los brazos, arrodillándose sin reparo de manchar de polvo su rica túnica de brocado de plata franjeada de esmeraldas y plumas de pavo real, coge un puñado de arena y lo lleva a los labios, implorando así:

-Poder celeste, no des otra bebida a mi boca, pero no me escondas tu luz. ¡Que la estrella brille de nuevo!

Como una lámpara cuando recibe provisión de aceite, la estrella relumbró y chispeó. Al mismo tiempo, los otros dos Magos exhalaron un grito de alegría: era que se avistaban las blancas mansiones y los grupos de palmeras seculares de En-Ganim. En Palestina ver palmeras es ver la fuente.

Gozosa se dirigió la comitiva al oasis, y al descubrir el agua, al escuchar su refrigerante murmullo, todos descendieron de los camellos y dromedarios y se postraron dando gracias, mientras los animales tendían el cuello y el hocico, venteando los húmedos efluvios de la corriente. Así que bebieron, que colmaron los odres, que se lavaron los pies y el rostro, acamparon y durmieron apaciblemente allí, bajo las palmeras, a la claridad de la estrella, que refulgía apacible en lo alto del cielo.




Al alba dispusiéronse a emprender otra vez la jornada en busca del Niño. La mañana era despejada y radiante. Los rebaños de En-Ganim salían al pastoreo, y las innumerables ovejas blancas, moviéndose en la llanura, parecían ejércitos fantásticos. La proximidad de la comarca donde se asienta Jerusalén se conocía en la mayor feracidad del terreno, en la verdura del tupido musgo, en la copia de hierba y florecillas silvestres, que no había conseguido marchitar el invierno.

Baltasar y Gaspar reflexionaban, al ritmo violento del largo zancajear de sus monturas. Pensaban en aquel Niño, Rey de reyes, a quien un decreto de los astros les mandaba reverenciar y adorar y colmar de presentes y de homenajes. En aquel Niño, sin duda alguna, iba a reflorecer el poderío incontrastable de los monarcas de Judá y de Israel, leones en el combate, gobernantes felicísimos en la paz; y la vasta monarquía, con sus recuerdos de gloria, llenaba la mente de los dos Magos. ¡Qué sabiduría, qué infusa ciencia la de Salomón, aquel que había subyugado a todos sus vecinos desde los faraones egipcios hasta los comerciantes emporios de Tiro y Sidón; el que construyó el templo gigante, con sus mares de bronce, sus candelabros de oro, su terrible y velado tabernáculo, sus bosques de columnas de mármol, jaspe y serpentina, sus incrustaciones de corales, sus chapeados de marfil! ¡Qué magnificencia la del que deslumbró con su recibimiento a la reina de Saba, a Balkis la de los aromas, la que traía consigo los tesoros de Oriente y las rarezas venidas de las tres partes del mundo, recogidas sólo para ella y que ella arrojaba, envueltas en paños de púrpura al pie del trono del rey! Cerrando los ojos, Baltasar y Gaspar veían la escena, contemplaban la sarta de perlas desgranándose, los colmillos de elefante ostentando sus complicadas esculturas, los pebeteros humeando y soltando nubes perfumadas, los monillos jugando, los faisanes y pavos reales haciendo la rueda, los citaristas y arpistas tañendo, y Balkis, envuelta en su larga túnica bordada de turquesas y topacios, protegida del sol por los inmersos abanicos de pluma, adelantándose con los brazos abiertos para recibir en ellos a Salomón... No podían dudarlo. El Niño a quien iban a adorar sería con el tiempo otro Salomón, más grande, más fuerte, más opulento, más docto que el antiguo. Sometería a todas las naciones; ceñiría la corona del universo, y bajo su solio, salpicado de diamantes, se postraría la opresora ciudad del Lacio. Sí, la ávida loba romana lamería, domada, los pies de aquel Niño prodigioso...

Mientras rumiaban tales ideas, la estrella desaparecía, extinguiéndose. Encontráronse perdidos, sin guía, en la dilatada llanura. Miraron en torno, y con sorpresa advirtieron que se había separado de ellos Melchor. Una niebla densa y sombría, alzándose de los pantanos y esteros, les había engañado y extraviado, de fijo. Turbados y tristes, probaron a orientarse; pero la costumbre de seguir a la estrella y el desconocimiento completo de aquel país que cruzaban eran insuperables obstáculos para que lograsen su intento. Ocurrióseles buscar una guía, y clamaron en el desierto, porque a nadie veían ni se vislumbraba rastro de habitación humana. Por fin, aparecióse un pastor muy joven, vestido de lana azul, sujeto a la frente el ropaje con un rollo de lino blanco. Y al escuchar que los viajeros iban en busca del Niño Rey, el rústico sonrió alegremente y se ofreció a conducirlos:

-Yo le adoré la noche en que nació -dijo transportado.

-Pues llévanos a su palacio y te recompensaremos.

-¡A su palacio! El Niño está en una cuevecilla donde solemos recoger el ganado cuando hace mal tiempo.

-Qué, ¿no tiene palacio? ¿No tiene guardias?

-Una mula y un buey le calientan con su aliento... -respondió el pastor-. Su Madre y su Padre, el Carpintero Josef de Nazaret, le cuidan y le velan amorosos...

Gaspar y Baltasar trocaron una mirada que descubría confusión, asombro y recelo. El pastor debía de equivocarse; no era posible que tan gran Rey hubiese nacido así, en la miseria, en el abandono. ¿Qué harían? ¿Si pidiesen consejo a Melchor? Pero Melchor, envuelto en la niebla, caminaba con paso firme; la estrella no se había oscurecido para él. Hallábase ya a gran distancia, cuando por fin oyó las voces, los gritos de sus compañeros:

-¡Eh, eh, Melchor! ¡Aguárdanos!

El Mago de negra piel se detuvo y clamó a su vez:

-Estoy aquí, estoy aquí...

Al juntarse por último la caravana, Melchor divisó al pastorcillo y supo las noticias que daba del Niño Rey.

-Este pobre zagal nos engaña o se engaña -exclamó Gaspar enojado-. Dice que nos guiará a un establo ruinoso, y que allí veremos al Hijo de un carpintero de Nazaret. ¿Qué piensas, Melchor? El sapientísimo Baltasar teme que aquí corramos grave peligro, pues no conocemos el terreno, y si nos aventuramos a preguntar infundiremos sospechas, seremos presos y acaso nos recluya Herodes en sus calabozos subterráneos. La estrella ya no brilla y nuestro corazón desmaya.

Melchor guardó silencio. Para él no se había ocultado la estrella ni un segundo. Al contrario, su luz se hacía más fulgente a medida que adelantaban, que se aproximaban al establo. Y en su imaginación, Melchor lo veía: una cueva abierta en la caliza, un pesebre mullido con paja y heno, una mujer joven y celestialmente bella agasajando a un Niño tiernecito, que tiembla de frío; un Niño humilde, rosado, blanco, que bendice, que no llora. Lo singular es que la cueva, en vez de estar oscura, se halla inundada de luz, y que una música inefable apenas perceptible, idealmente delicada y melodiosa resuena en sus ámbitos. La cueva parece que es toda ella claridad y armonía. Melchor oye extasiado; se baña, se sumerge en la deliciosa música y en los resplandores de oro que llenan la caverna y cercan al Niño.

- ¿No oyes, Melchor? Te preguntamos si debemos continuar el viaje... o volvernos a nuestra patria, por no ser encarcelados y oprimidos aquí.

-Y vosotros, ¿no oís la música? -repite Melchor, por cuyas mejillas de ébano resbalan gotas de dulce llanto.

-Nada oímos, nada vemos... -responden los dos Magos, afligidos.

-Orad, y veréis... Orad, y oiréis... Orad, y Dios se revelará a vosotros.

Magos y séquito echan pie a tierra, extienden los tapices, y de pie sobre ellos, vuelta la cara al Oriente, elevan su plegaria. Y la estrella, poco a poco, como una mirada de moribundo que se reanima al aproximarse al lecho un ser querido, va encendiéndose, destellando, hasta iluminar completamente el sendero, que se alarga y penetra en la montaña, en dirección de Belén.

La niebla se disipa; el paisaje es risueño, pastoril, fresco, florido, a pesar de la estación; claros arroyillos surcan la tierra, y resuena, como en mayo, el gorjeo de las aves, que acompaña el tilinteo de la esquila y el cántico de los pastores, recostados bajo los terebintos y los cedros, siempre verdes. Los Magos, terminada su plegaria, emprenden el camino llenos de esperanza y de seguridad. Una cohorte de soldados a caballo se cruza con la caravana: es un destacamento romano, arrogante y belicoso; el sol saca chispas de sus corazas y yelmos; ondean las crines, flotan las banderolas, los cascos de los caballos hieren el suelo con provocativa furia. Los Magos se detienen, temerosos. Pero el destacamento pasa a su lado y no da muestras de notar su presencia. Ni pestañean, ni vuelven la cabeza, ni advierten nada.

-Van ciegos -exclama Melchor.

Y los Magos aprietan el paso, mientras se aleja la cohorte.

* Este cuento apareció publicado por primera vez el 10 de enero e 1898 en la revista La Ilustración Artística (nº 837, p. 26). En la página 29 de ese mismo número aparecía reproducido el dibujo del ilustrador y pintor modernista Josep Triadó i Mayol (Barcelona, 1870-1929) que incorporamos a nuestra entrada. 

miércoles, enero 02, 2013

Thebussem (XXXVI)


Cabecera del escrito en Tercera ración de artículos

Tarjeteo pascual (y III)

Yo trato (y supongo que Vm. también tratará) a gentes que tienen el inocente vicio de pregonar sus conocimientos y amistades con personas de cuenta. Del Duque Tal, asegura uno de estos prójimos que no lo trata, pero que es íntimo amigo de su cuñado Perico Tal; del Marqués de Cual, resulta (aun cuando no lo conoce) hasta pariente, por ser sobrino político de su prima Juanita Ponce; con el Ministro Fulano tiene bonísimas relaciones desde que intimaron hace tres años en un viaje desde Madrid a Aranjuez; con el senador Mengano estuvo dos días en los baños de Carratraca;(1) con el poeta Zutano comió cierta vez en la mesa redonda del Hotel París,(2) etc., etc., etc.

Fundándose en estas relaciones, que pudiéramos llamar de milímetro, entre los centenares de tarjetas que reciben las notabilidades políticas, literarias y aristocráticas, se cuentan las de los pobres diablos a quienes aludo. Claro es que el secretario que abre y despacha semejante correspondencia, contesta en el acto a la cortesía de todos estos Juanes Fernández, los cuales se muestran luego ufanos y vanagloriosos con poner en la tanda de su bandeja de tarjetas las que llevan los nombres de casi todos los DUQUES, CONDES, MARQUESES, POETAS, BANQUEROS, SENADORES y MINISTROS a quienes han felicitado.

Lejos de mi ánimo vituperar semejante conducta. Pero como hay diferentes opiniones y diferentes gustos, yo no mando tarjetas de Pascua a mis amigos, porque ellos saben que siempre se las deseo venturosas y felices. Tampoco se las envío a mis conocidos, porque a ellos debe importarles un bledo que me acuerde o no me acuerde de sus personas. Esto no impide que agradezca y conteste en el acto a cuantas felicitaciones recibo. Para decirlo en pocas palabras, si no soy abad que canta, soy sacristán que responde. El Dominus vobiscum que llegue a mis oídos tiene de seguida su et cum spiritu tuo si recuerdo el domicilio del oficiante, o su requiescat in pace cuando no lo recuerdo.

Y como reconozco que con tal sistema llegaría a extinguirse la costumbre porque nadie tomaría la iniciativa, entiendo que ni los aficionados ni el público deben imitarlo, pues en resumidas cuentas lejos de causar perjuicios, el tarjeteo produce, además de sus ventajas morales, provecho material

A LOS FABRICANTES DE PAPEL Y DE SOBRES,

A LOS LITÓGRAFOS

y A LA RENTA DE CORREOS.

Es cuanto sabe y puede decir a Vm. sobre el tema consultado su amigo y servidor, q. l. b. l. m. y que (por excepción) le felicita en las próximas Pascuas.

El Doctor Thebussem.


Medina Sidonia


(1) El célebre balneario malagueño mandado construir por Fernando VII e inaugurado en 1855, que acogió a gran parte de las personalidades del momento.
(2) Situado en la Puerta del Sol de Madrid, fue el hotel más lujoso de la ciudad. En sus bajos, esquina a la calle Alcalá, estaba el Café de la Montaña. Sobre su azotea se colocó ya en el siglo XX el luminoso que publicitaba la marca de fino jerezano Tío Pepe.
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