jueves, febrero 21, 2013

Thebussem (XLI)


Retrato del capitán general Ramón María Narváez, primer Duque de Valencia, Vicente López (1849), Museo de Bellas Artes de Valencia

Un papagayo (historia verdadera), una crítica thebussiana al estamento militar y a la sociedad del momento (II)

Tomada esta venganza, o sea, devuelto el botonazo, acordó el matrimonio dar los pasos convenientes para salir de Sevilla. Fuera ridiculez comprar y matar el loro, abstenerse de transitar por la calle de Francos o tratar del asunto con el capitán general. Todos estos caminos eran a cual peores, y todos iban derechos al campo de lo ridículo.

―Nada ―decía doña Rosario―, te vas de seguida a Madrid, le pides a don Ramón Narváez,(1) que tanto te aprecia, que nos destine a otra capital, y de seguro nos complace.

―Pero mujer… ―dijo Ruiz.

―Hijo mío, no hay pero que valga. Si tú no quieres salir de aquí, yo me marcho a Málaga con mi madre mientras dure el destino. Lo que soy yo, te juro que no aguanto al loro.

Y como, según advirtió Sancho Panza, cuando las mujeres toman la mano a persuadir una cosa, no hay mazo que tanto apriete los aros de una cuba como ellas aprietan a que se haga lo que quieren,(2) el coronel tomó el camino de la Corte.

***

Narváez, que ciertamente estimaba mucho a Ruiz por su honradez, valor y buenas prendas, lo recibió en el acto por sospechar que tan rápido viaje lo motivaba algún suceso militar que no convenía tratar por escrito.

Cuando el Duque de Valencia oyó al coronel referir con la mayor sinceridad y buena fe toda la relación de loro, se quedó pasmado y atónito. Miró de hito en hito a su interlocutor y sin contener la risa contestó:

―Hombre, no sea usted estúpido; ni los loros saben lo que dicen, ni usted tiene nada de cobarde. Ríase usted de la ocurrencia como yo me río.

―Todo eso es verdad y está muy bien, mi general; pero es el caso que yo no me atrevo…, que yo no quiero… volver a Sevilla…

―¡Caracoles! ―dijo el irascible y violento Narváez, dando un puñetazo sobre la mesa―, usía irá donde yo le ordene, y si me desobedece…, lo mandaré a un castillo, o le quitaré la casaca, o lo fusilaré por la espalda… ¡Pues no faltaba más! Y si no merece usía tanto castigo como militar bizarro, sí lo merece como hombre tonto. ¡Digo…! ¡Hacer caso y tomar a pechos las voces de un loro!

El coronel aguantó inmóvil la rociada. Y Narváez, conociendo que se había excedido, y que procuraba templar siempre los arrebatos de su carácter con francas y caballerosas satisfacciones, se apresuró a manifestar:

―Perdone usted, amigo Ruiz, son cosas de mi genialidad; no volverá usted a Sevilla… ¿En qué punto desea usted servir?

―En el que vuecencia disponga, mi general.

―Está bien, irá usted a Zaragoza. Aquella administración militar está endiablada, quiero que usted dé ejemplo con su regimiento para ver si entran en cintura varios asentistas y proveedores… Además, en Zaragoza, que no es puerto de mar, deben escasear los papagayos ―añadió Narváez sonriendo mientras estrechaba afectuosamente la mano del coronel.

(Continuará)


(1) Ramón María Narváez y Campos, I Duque de Valencia (Loja, 1800 - Madrid, 1868), fue siete veces Presidente del Consejo de Ministros entre 1844 y 1868. Tras destacar en las Guerras Carlistas, fue ascendido a mariscal de campo (1838) y elegido diputado a Cortes. De ideología liberal, se enfrentó a Espartero y, en 1844, con la mayoría de edad de Isabel II, se convirtió en presidente del gobierno impulsando entonces la Constitución de 1845. Entre 1845 y 1851 ocupó de nuevo el cargo, y sofocó eficazmente varios motines que no eran sino un reflejo de la Revolución de 1848. Entre 1856 y 1868 presidió tres gobiernos que destacaron por su política represiva y la introducción de reformas. Cinco meses después de su fallecimiento, caería la reina Isabel.
(2) Don Quijote de la Mancha, Segunda parte, capítulo VII. Sancho se disculpa ante don Quijote por haberle pedido un aumento de su salario como escudero al saber que el bachiller Sansón Carrasco se ha ofrecido para tal menester: “Y si me he puesto en cuentas de tanto más cuanto acerca de mi salario, ha sido por complacer a mi mujer, la cual, cuando toma la mano a persuadir una cosa, no hay mazo que tanto apriete los aros de una cuba como ella aprieta a que se haga lo que quiere; pero en efecto, el hombre ha de ser hombre; y la mujer, mujer; y pues yo soy hombre dondequiera, que no lo puedo negar, también lo quiero ser en mi casa, pese a quien pesare”.
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