La proclamación de la Constitución en Santiago, acuarela de J. Romero (2011) |
¡Viva la Pepa! (VIII)
Escena 4
Los mismos
Plaza de Santiago. Francisco Simón ha estado leyendo los títulos VI, VII y VIII de la Constitución y descansa brevemente.
Joaquín: Vaya una “pechá” de hablar que se está dando el señor secretario.
Alfonso: Eso le dará su buen dinerito.
María la Sacristana: Pues no lo creo, que dicen que todo es por voluntad de que mejore el pueblo.
Presbítero: ¿Qué? ¿Habéis entendido cómo queda el Ayuntamiento?
Joaquín: Pues muy requetebién, pater. Que cada año los ciudadanos escogerán varios electores y que éstos elegirán los cargos municipales: los alcaldes, los regidores y los procuradores síndicos. Y que ninguno podrá repetir hasta dos años después, y si se le permite…
Presbítero: Y que el Ayuntamiento nombrará un secretario.
Alfonso: O sea, que el Duque ni pinchará ni cortará en todo el asunto.
Joaquín: Eso. Ya está bien de señores. (Gesticulando) ¡Un peñascazo le daba yo al escudo de la puerta de la iglesia!
Presbítero: Joaquín, sé prudente. Que esto del gobierno da muchos tumbos, como decía Platón.
María la Sacristana: ¡Dios mío! ¿Y quién es ése? ¿No será uno de esos escritores franceses que tanto le gustan a vuesa merced?
Presbítero: ¡Calla, María, que no está el horno para bollos!
Alfonso: ¿Y piensa usted que estos nuevos alcaldes manejarán bien los dineros del pueblo y sabrán encargarse de todo lo que ha dicho ese hombre: policía, escuelas, hospitales, caminos, repartimientos de contribuciones y demás?
Presbítero: ¿Y por qué no? Además estarán bajo la vigilancia de la diputación provincial.
Joaquín: ¿Eso es nuevo, verdad pater?
Presbítero: Pues sí. Cuando se creen definitivamente las provincias, hasta siete personas acompañarán al jefe político y al intendente para aprobar las contribuciones de los pueblos, examinar sus cuentas y vigilar que se cumpla la Constitución en todos ellos.
Alfonso: Lo que ha dicho de los dineros es lo que más me ha gustado. Que las contribuciones se repartirán entre todos los españoles con proporción a sus facultades, sin excepción ni privilegio alguno.
Joaquín: Pues a mí lo de que en todos los pueblos haya escuelas en las que a los niños se enseñe a leer, escribir y contar…
Presbítero (le interrumpe): ¡Y el catecismo de la religión católica!
Don Francisco Simón (toma de nuevo la palabra en el estrado que hay ante la puerta de la iglesia): Título X. De la observancia de la Constitución, y modo de proceder para hacer variaciones en ella. Capítulo único.
María la Sacristana: Ya sigue, que ha cobrado resuello con el vasito de mistela.
Francisco Simón: Todo español tiene derecho de representar a las Cortes o al Rey para reclamar la observancia de la Constitución.
Joaquín: ¡Y cómo se ha venido arriba!
Presbítero: ¡Calla, y déjame oír el final!
Francisco Simón: Entonces, asidonenses, ¿Juráis por Dios y por los Santos Evangelios guardar y hacer guardar la Constitución Política de la Monarquía Española sancionada por las Cortes generales y extraordinarias de la Nación y ser fieles al Rey?
Todos los presentes: Sí, juramos. ¡Vivan las Cortes! ¡Viva la Constitución! ¡Viva la Pepa!
Sombreros al aire. Salva de fusilería.