martes, mayo 19, 2009

José Emilio Pardo (VIII)




La reina Pomaré IV y su marido Arii Faité. Ilustración aparecida en la revista dirigida por Charton Édouard Le tour du monde, nº 787-788 (1872-1874), "Souvenirs du Pacifique" por A. Pailhès

La reina Pomaré IV
Pomaré IV reinó en Tahití entre 1827 y 1877, y tuvo que lidiar con los misioneros protestantes ingleses y los católicos franceses que intentaban encauzar las costumbres de la que llamaban "Sodoma del Pacífico". Finalmente, no le quedó más remedio que aceptar el protectorado francés ante las amenazas del comandante Dupetit Thouars. En la mediación con Francia jugó un papel fundamental su consejero y favorito Ramón Freire Serrano, militar de origen gallego y luego líder de la insurrección chilena, que ejerció como embajador plenipotenciario de la reina. Esto de que la reina tuviera "favoritos" se lo tomaban a chanza algunos europeos "cultos y ricos", como bien deja ver nuestro don Benito Pérez Galdós a través de los personajes de su novela La vuelta al mundo de la Numancia.

Solía el buen Ansúrez acompañarle a tierra; pero en las primeras calles de Papeeté se separaban, pues era el celtíbero más gustoso del libre campo que de la ciudad. En los espectáculos de la silvestre Naturaleza espaciaba sus melancolías, y el trato del pueblo sencillo y afable le resarcía de la desolación de su árida existencia sin afectos. Por las noches, de regreso a bordo, contábale Fenelón sus particulares sucesos del día, y el inocente Ansúrez se lo tragaba todo con crédula voracidad. «Hoy -decía el francés-, me ha dado Pomaré un rato malísimo... Es en extremo celosa... Figúrate que paseando solos, vimos pasar una canaca lindísima: yo la miré...; no hice más que mirarla..., Pomaré furibunda... creí que me arañaba... Hermosa y terrible es la mujer apasionada; yo adoro la pasión; pero la pasión salvaje puede ponerte, por ejemplo, entre las garras de una leona, y esto descompone un poco las más bellas aventuras». Otro día contaba incidentes más gratos: «Hoy me ha dicho Pomaré que no se separará de mí. Pretende que me quede en Otaití de director de las Reales Máquinas... que son una lanchita de vapor, varios relojes y cajas de música, y un aparato por el estilo de lo que llamáis Tío vivo, para solazarse en el jardín...». Y alguna vez no faltaban regias gacetillas: «Hoy se ha puesto tan pesado ese gandul de Arii Faité, que he tenido que darle veinte francos para que fuese a emborracharse, mi palabra... Con unos gritos de la Reina y un empujón mío le echamos a la calle... Yo leo el pensamiento de Pomaré... Si Arii Faité reventara de delirium tremens, ya sé yo quién ocuparía su lugar en el trono».

Ciertamente, la reina Pomaré pasaba de los cincuenta años cuando la Numancia recaló en las costas tahitianas, y suponemos que el contacto con los europeos la había obligado ya a perder su ingenuidad. José Emilio Pardo, con el resto de los oficiales de la Numancia, asistió a las recepciones y saraos que se organizaban en su palacio. Así nos cuenta en su Diario la primera entrevista que tuvieron con la reina:

La conocida reina Pomaré IV nació en 1813; es alta y gruesa, su semblante nada revela, pues siempre está indiferente. Tal vez esta seriedad semi-salvaje sea efecto de que conozca que no es reina más que de nombre, ni su reino, reino; ni sus súbditos, súbditos; ni su patria, patria. Su marido (que no es rey) se llama Arii-Faaité y es un verdadero tipo del indio hermoso. Tendrá unos cuarenta años; alto, grueso, bien formado, risueño y alegre, demuestra que lo mismo le da por lo que va que por lo que viene. Hicimos visita a la reina; su palacio es una casa al estilo de las de Europa, pero de un solo piso, la sala en que nos recibió, adornada con sillas, sofá, mesas, espejos y retratos, se parecía a cualquier habitación de un español de la clase media. Pomaré vestía bata de seda azul abierta de arriba abajo y abrochada, siendo de encaje blanco el adorno de este vestido. Pulseras, sortijas, y pendientes de oro y piedras finas, obras de Europa, y en la cabeza una especie de corona hecha de paja muy delgada. A la puerta de la sala, sin orden alguno pero vestidos de frac negro, estaban los príncipes y el rey. Éste llevaba una especie de uniforme militar. Cuando entramos, la reina permaneció sentada y por medio de intérprete, pues no habla más lengua que la suya, le dijo nuestro jefe que la reina de España sabría con gusto nuestra ida a Otahití y el buen recibimiento que allí habíamos tenido. Su Majestad contestó que agradecía la buena voluntad de la reina de España y que le dijesen que Pomaré la saludaba. Con esto se acabó la recepción.

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