"El Alcázar de Sevilla. Romance primero"
Ángel de Saavedra y Ramírez de Baquedano, Duque de Rivas
Magnífico es el Alcázar
Con que se ilustra Sevilla;
Deliciosos, sus jardines;
Su excelsa portada, rica.
De maderos entallados
En mil labores prolijas,
Se levanta el frontispicio
De resaltadas cornisas;
Y hay en ellas un letrero
Donde, con letras antiguas,
"Don Pedro hizo estos palacios"
Esculpido se divisa.
Mal dicen en sus salones
Las modernas fruslerías,
Mal en sus soberbios patios
Gente sin barba y ropilla.
¡Cuántas apacibles tardes,
En la grata compañía
De chistosos sevillanos
Y de sevillanas lindas,
Recorrí aquellos vergeles,
En cuya entrada se miran
Gigantes de arrayán hechos
Con actitudes distintas!
Las adelfas y naranjos
Forman calles extendidas,
Y un oscuro laberinto
Que a los hurtos de amor brinda.
Hay en tierra surtidores
Escondidos; se inprovisan,
Saltando entre los mosaicos
De pintadas piedrecillas.
Y a los forasteros mojan,
Con algazara y con risa
De los que, ya escarmentados,
El chasco pesado evitan.
* * *
En las tardes del estío,
Cuando al ocaso declina
El sol entre leves nubes,
Que de oro y grana matiza,
Aquel trasparente cielo
Con ráfagas purpurinas,
Cortado por un celaje
Que el céfiro manso riza;
Aquella atmósfera ardiente,
En que fuego se respira,
¡Qué languidez dan al cuerpo!
¡Qué temple al alma divina!
De los baños, tan famosos
Por quien los gozó, la vista,
La del soberbio edificio,
Obra gótica y morisca,
Tétrico en partes, en partes
Alegre, y en el que indican
Los dominios diferentes,
Ya reparos, ya ruinas;
Con recuerdos y memorias
De las edades antiguas
Y de los modernos años,
Embargan la fantasía.
El azahar y los jazmines,
Que si los ojos hechizan,
Embalsaman el ambiente
Con los aromas que espiran;
De las fuentes el mumurio,
La lejana gritería,
Que de la ciudad, del río,
De la alameda contigua,
De Triana y de la puente
Confusa llega perdida,
Con el son de las campanas
Que en la alta Giralda vibran,
Forman un todo encantado,
Que nunca jamás se olvida,
Y que, al recordarlo, siempre
Mi alma y corazón palpitan.
* * *
Muchas deliciosas noches,
Cuando aún ardiente latía
Mi ya helado pecho, alegres,
De concurrencia escogida,
Vi aquellos salones llenos,
Y a la juventud, cuadrillas
O contradanzas bailando
Al son de orquestas festivas.
En las doradas techumbres
Los pasos, la charla y risas
De las parejas gallardas,
Por amor tal vez unidas,
Con el son de los violines
Confundidos se extendían,
Acordes ecos hallando
Por las esmaltadas cimbrias.
Mas ¡ay! aquellos pensiles
No he pisado un solo día,
Sin ver (¡sueños de mi mente!)
La sombra de la Padilla
Lanzando un hondo gemido,
Cruzar leve ante mi vista,
Como un vapor, como un humo,
Que entre los árboles gira;
Ni entré en aquellos salones,
Sin figurárseme erguida,
Del fundador la fantasma
En helada sangre tinta.
Ni en el vestíbulo obscuro,
El que tiene en la cornisa
De los reyes los retratos,
El que en columnas estriba,
Al que adornan azulejos
Abajo, y esmalte arriba,
El que muestra en cada muro
Un rico balcón y, encima,
El hondo artesón dorado,
Que lo corona y atrista,
Sin ver en tierra un cadáver.
Aún en las losas se mira
Una tenaz mancha obscura...
¡Ni las edades la limpian!...
¡Sangre! ¡Sangre!... ¡Oh cielos, cuántos
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