miércoles, noviembre 26, 2025

LA VIRGEN DE LA CONSOLACIÓN DE MEDINA SIDONIA

 

Fotografía a partir de tarjeta postal a la venta en el convento


LA VIRGEN DE LA CONSOLACIÓN DE MEDINA SIDONIA

Jesús Romero Valiente

 

                Cuando las fundadoras del convento de Jesús, María y José, encabezadas por su priora, la madre Antonia de Jesús llegaron a Medina Sidonia desde Chiclana el 14 de octubre de 1687, su benefactor, el marino y comerciante gaditano de origen vasco Diego de Iparraguirre ya había comprado una isleta de 19 casas para que en este terreno se levantaran, de nueva planta, el convento y la iglesia de las agustinas recoletas. Entre esas casas estaban las que conformaban el hospital de la Misericordia, para pobres viandantes, cuyas obligaciones y rentas pasaron al de San Juan de Dios. Pero, mientras se realizaban las obras, las monjas dispusieron de un recinto provisional, muy adecentado y con bien dotada sacristía, y emplearían como iglesia la arruinada capilla de Nuestra Señora de la Consolación, cercana al mencionado hospital. La imagen de la Virgen había sido trasladada a la Iglesia Mayor para poder ser venerada, pero los vecinos consideraron que, ya repuesta su techumbre, era el momento de que regresara a su primitivo emplazamiento. Sin embargo, las monjas pretextaron que tenían ocupados los altares de la iglesia con sus titulares, Jesús, María y José; y no se llegaba a arreglo. Eran días de pertinaz sequía, y las recién llegadas se habían sumado a las plegarias del pueblo para que cayera la ansiada lluvia. Cuentan las crónicas de la orden que una mañana una joven novicia hija de Medina se dirigió a su prelada, mudado el color de su cara, para decirle que en sueños se le había aparecido la Virgen de la Consolación advirtiéndole que no intercedería ante su Hijo para que lloviese hasta que no se viera restituida en su antiguo altar. La madre Antonia de Jesús, que ya empezaba a tener en cuenta las demandas de la ciudad, se dirigió entonces a don Diego, que casualmente se encontraba en Medina, y le contó lo sucedido. Bastaron 24 horas para que el altar estuviese aparejado y con el adorno conveniente. Luego, la imagen de la Consolación fue llevada en solemne procesión a su antigua sede y, apenas entrada en su iglesia, comenzaron a verse los efectos de su intercesión. La lluvia cayó con mansedumbre durante nueve días, y la ciudad festejó los esperados sucesos. Quedó claro que no habría mejor emplazamiento que aquél para el nuevo convento, que se levantó en el plazo de cinco años, y es el que hoy conocemos. En su iglesia ochavada uno de los lados acoge un hermoso retablo barroco dedicado a la Virgen de la Consolación, que se ve flanqueada por tallas de santo Domingo de Guzmán, san Antonio de Padua, san Agustín y san Francisco de Asís, y acompañada de dos exquisitas pinturas sobre tabla, La Santa Cena y La Virgen del Carmen, esta última con incrustaciones de nácar. 


Retablo de la Virgen de la Consolación   

                El caso comentado tuvo lugar antes de que se construyera el nuevo templo, y no después como sugiere Domingo Bohórquez en su excelente biografía de la madre Antonia de Jesús (ed. 2011, p. 239). Quandoque dormitat bonus Homerus.



viernes, noviembre 21, 2025

LAS VIDRIERAS DE SANTA MARÍA DE MEDINA SIDONIA


             Quien se acerca a Santa María de Medina Sidonia aprecia inmediatamente la impronta gótica de su planta y de sus remates, con sus ventanas ojivales y hasta el esperado rosetón sobre la puerta del Duque; y echa de menos el colorido de las vidrieras: apenas unos círculos rojos y azules adornan uno de los vanos que da a la plaza. Los restantes están cegados o pobremente recubiertos con el único objeto de resistir las inclemencias del tiempo. ¿Es que no hubo vidrieras para este templo?

El 20 de septiembre de 1602 el mayordomo de las fábricas de las iglesias de la ciudad, el licenciado Alonso de Novela, se concertaba ante el escribano Juan Fernández de Herrera con el maestro sevillano Diego Martínez para que realizara tres vidrieras para la Iglesia Mayor, dos “para las dos ventanas colaterales”, una de las cuales había de representar las figuras de san Pedro y san Pablo, y otra a Nuestra Señora de la Asunción (es precisamente la iconografía que encontramos en las esculturas de la fachada principal); y la tercera para la capilla sacramental, donde habría de pintarse la Santa Cena. No olvidemos que esta capilla, que es la que hoy alberga la imagen de la Virgen de la Paz, contaba en su retablo primitivamente con el espléndido conjunto escultórico de Roque Bolduque que representa la Última Cena, y que nos alegraría ver de nuevo expuesto. Las piezas debían hacerse “a los precios y según y como se hicieron las vidrieras que están puestas en la Iglesia Mayor de Sevilla en tiempo de Mateo Martínez y Sebastián de Pesquera”. La tasación correspondería al notario de la Audiencia de dicha catedral. El licenciado Novela adelantaba 500 reales al artesano y se comprometía a pagar el resto del costo cuando las vidrieras estuviesen entregadas a finales de febrero de 1603. Los herrajes necesarios para la montura (barras, alcayatas, tornillos, etc.) se pagarían aparte previo peso, y también correrían de parte de la iglesia el andamiaje necesario y el pago del albañil y la gente que hiciera falta, el porte desde Sevilla y el sustento del vidriero por la visita para presupuestar el trabajo, los cuatro días que se estimaba que permanecería en Medina para el montaje y su viaje de regreso. Pero, si alguna vidriera se rompía en el camino, nada se pagaría por ella.

De Sebastián de Pesquera sabemos que su labor en la catedral sevillana, constatada entre 1559 y 1582, consistió en la restauración y conservación de las obras que anteriormente se habían realizado. Lo mismo podemos decir de su sucesor, Mateo Martínez, que realizó sus trabajos entre 1583 y 1599.  Diego Martínez, el artífice de las vidrieras de Medina y probablemente hijo del anterior, es mencionado como maestro de la catedral a comienzos de 1601, y allí sigue actuando en labores asimismo de restauración hasta 1609. De ello se deduce que los modelos que habían de seguirse para las vidrieras de Santa María eran las piezas ejecutadas unos años antes por los grandes maestros flamencos que trabajaron en Sevilla. La que representa La Asunción, situada en el hastial meridional del crucero, fue la última obra de Arnao de Vergara en la catedral (1536) y tiene formato circular (565 cm de diámetro). Con su hermano Arnao de Flandes se había comprometido en 1534 a realizar todas las vidrieras que fuesen necesarias para el templo, y en ellas trabajó hasta 1557. La primera obra documentada de Arnao de Flandes (1543) es un grupo de cuatro apóstoles para el lado del evangelio (715 x 325 cm) entre los que se encuentra San Pedro. El santo tiene el habitual aspecto de anciano, viste manto rojo y túnica verde. San Pablo, del mismo autor (1551), aparece en otro conjunto (570 x 285 cm), junto a san Juan Bautista y san Roque, que se encuentra en el crucero, lado del evangelio. Obra también suya es La Santa Cena (720 x 220 cm), colocada en el lado de la epístola, sobre la capilla de San Andrés, cubriendo un vano rematado en arco apuntado. Es una de sus composiciones más logradas y fue ejecutada en 1555. En ella destacan el uso del amarillo de plata, el rojo del manto de Cristo y el morado de su túnica.

La Santa Cena, Arnao de Flandes, Catedral de Sevilla

Por supuesto que las vidrieras sevillanas que habían de servir como modelos excedían en mucho el tamaño de las que se encargaron para Medina Sidonia, muy diferentes son las dimensiones de los templos evidentemente. No nos consta que existiese en la fábrica de la Iglesia Mayor ningún maestro encargado de arreglos y restauraciones para estas piezas, así que la rapiña, el levante, las tormentas o algún otro accidente debieron de acabar con ellas.   


Bibliografía

-Hormigo Sánchez, Enrique, “Documentos para la historia del arte de Medina Sidonia”, Anales de la Real Academia de Bellas Artes, nº 10, pp. 93-105, Cádiz, Academia de BB.AA., 1992.

-Nieto Alcaide, Víctor Manuel,

- Las vidrieras de la catedral de Sevilla, Madrid, CSIC, 1969.

- La vidriera del Renacimiento en España, Madrid, CSIC, 1970.


sábado, noviembre 15, 2025

UNA OBRITA TEATRAL SOBRE LA HISTORIA DE SIMI COHEM UN TANTO CONFUNDIDA


 Portada de la obra de teatro Simi Cohem 


        Cruzo habitualmente en mis paseos la Puerta del Sol de Medina Sidonia, que me lleva hasta la plaza de Simi Cohem Leví y luego hasta el convento de Jesús, María y José, de agustinas recoletas. Entre sus muros pasó gran parte de su vida esta gibraltareña de origen judío convertida en monja, y allí se encuentran sus restos. Su conversión al cristianismo, sus desventuras antes de pisar territorio español, su bautismo y su ingreso en el cenobio fueron el tema de la novelita Simi la hebrea, que escribió el agustino Conrado Muiños en 1891 y gozó de notable éxito en España e Hispanoamérica por su notorio poder edificante para las jóvenes católicas. De todo ello hablamos en nuestro artículo “Simi la hebrea, una `amena novelita moral´” (pueden leerlo en instatterminus.blogspot.com, entrada de 20 de noviembre de 2009).

          Hace unos años pude conseguir un ejemplar, amarillento y desgastado por lo demás, de una obrita teatral titulada igualmente Simi la hebrea, que se publicó con el número 30 dentro de la colección “Teatro moral”, del editor madrileño Bruno del Amo. En la portada se especifica que es una pieza para “señoritas” y propia para ser representada en “colegios, centros y sociedades recreativas” (sobran más palabras), pero nada se dice, ni siquiera en los créditos, de su autor y fecha de publicación. Tiene 24 páginas y se vendía por cuatro pesetas. Según nos dice Juan Cervera en su Historia crítica del teatro infantil español (Madrid, Editora nacional, 1982, p. 146), esta colección se inició en 1939 y perduró hasta 1948. Lo que más me ha interesado de este breve drama es que nos presenta una versión del tema bastante diferente a la de Muiños, creo que por ligereza o afán simplificador de quien la escribe. En el primer acto, que se desarrolla en Gibraltar en la casa de Simi cuando ésta cuenta ya 15 años, la sirvienta de la casa, Dolores, habla con su amiga María sobre los deseos de la joven de ser cristiana, de conocer más profundamente la religión en la que la había iniciado su nodriza Juliana, a la que Salomón, padre de Simi, había contratado tras la muerte en el parto de su esposa pero había echado cuatro años después al conocer que instruía a la niña en el cristianismo. Luego aparece Simi, que atiende con cariño a una piadosa pobre que llega a la casa. El cuadro segundo de este primer acto nos presenta a Dolores contando a Simi la historia del escapulario de la Virgen de los Dolores que siempre lleva consigo (con él había muerto su padre en combate) y su devoción por la Madre de Dios. Todo ello intensifica el afán de la joven por conocer los misterios de la Fe. La nueva llegada de María, que habla a Simi del cariño por ella que mantiene su nodriza, mueve a ésta a querer volver a verla. Al tiempo, confiesa a Dolores que la Virgen la insta a salir de su casa, que quiere bautizarse y que marchará a La Línea junto a Juliana. En ese momento se produce un alboroto ya que traen a su padre sobre una silla, muerto de repente en la sinagoga. Recuérdese que en la novela de Muiños el rabí, que incluso había maltratado a Simi, no dejará de intentar hacer regresar a Simi de España. El acto segundo se sitúa en La Línea de la Concepción, en casa de Juliana. La joven ha vendido sus bienes y ha repartido el producto entre los pobres, se ha bautizado y se dispone junto a su amiga Dolores a ingresar en el convento de la Encarnación, cuyas monjas habían rezado siempre por ella. Ha sabido que su primo Luis, que ha presenciado de incógnito el bautizo, también se ha convertido.

Demasiadas diferencias con el argumento de la novela de Muiños y con los sucesos acontecidos realmente. Y en La Línea, que yo sepa, no hay ningún convento de la Encarnación.

           


martes, noviembre 11, 2025

LOS RAYOS Y EL RELOJ DE SANTA MARÍA

 


Fragmento del dibujo de Medina Sidonia de Barrantes Maldonado en sus Ilustraciones de la Casa de Niebla (1541)


De que había reloj en la iglesia de Santa María de Medina Sidonia ya a finales del siglo XVI, y por tanto sirviendo al primitivo campanario de la misma (probablemente el que dibujó Barrantes Maldonado en 1541), es testimonio el contrato que firman el 10 de septiembre de 1605 ante el escribano Juan Fernández Herrera el entonces mayordomo de las fábricas del Obispado de Cádiz, el licenciado Francisco Jarillo, y el relojero sevillano Antonio de Estrada. El segundo se obligaba a “limpiar el reloj que sirve en la Iglesia Mayor” y hacer las piezas que le faltan, que es el piñón de la rueda del movimiento y otro de las pesas y otro en el volante”. También tenía que hacer de nuevo este volante, otro piñón de la rueda de la aguja y una rueda pequeña para la rueda del disparador, etc. Y debía dejarlo listo para que en el plazo de un mes diera las horas “por sus días y noches”, “sin que se note falta ni disparate”.  No sabemos por qué la pieza andaba tan descalabrada, pero podemos hacernos una idea. Ya dijimos en una entrada anterior que años más tarde se montaría en la nueva torre, que es la que hoy contemplamos.

Cuenta el vicario Martínez en su Historia de la ciudad de Medina Sidonia que el día 13 de enero de 1800 a las cuatro de la mañana cayó un rayo en la Iglesia Mayor “con un estrépito formidable” y que “desconcertó parte de los retablos de Soledad y de Ánimas, arrojó al suelo un canto del umbral de una ventana, arrancó varias losas del pavimento, al que vinieron los cristales de algunas ventanas”. Y sigue diciendo: “Entró por la torre de las campanas, descomponiendo su cúspide y causando mucha avería en el reloj, que se paró inmediatamente. Se cantó el Te Deum”.

No sabemos aún si la máquina se recompuso entonces ni si las tropas francesas que ocuparon la ciudad entre 1810 y 1812 se deleitaron con sus campanadas nocturnas, pero el golpe de gracia al aparato no estaba lejos. El 1 de abril de 1844 El Corresponsal de Madrid daba noticia de que otro rayo había caído en la Iglesia Mayor y había destrozado por completo su reloj. Decía: “Un acontecimiento notable y digno de la mayor consideración ha pasado sobre la Iglesia Mayor de esta ciudad. Poco más de las ocho de la noche del 18 del corriente [entiéndase marzo], se sintió en esta ciudad el estrépito de un trueno horrible: era la caída de un rayo que, atraído sobre la cúpula de la torre, había penetrado en ella, destrozando completamente la máquina del reloj y dejando en su paso numerosas huellas del estrago. Introducido en la iglesia, recorrió una columna que maltrató, extendiéndose a diferentes altares, entre ellos el del Perdón, cuyas losas fueron levantadas, rompiendo sus cristales. Los escombros que presentaba la iglesia admiraron a los moradores de Medina que, aterrados en la mañana del 19, contemplaban atónitos el sacudimiento de aquel cuerpo eléctrico”.

Me temo que ese día nos quedamos sin reloj y sin el altar del maravilloso Cristo del Perdón.


sábado, noviembre 08, 2025

MEDINA SIDONIA. LA CÁRCEL VIEJA Y EL CUARTEL DE LA CÁRCEL

 


Nos sirve esta impresionante fotografía de finales de los años 50 del pasado siglo, tomada desde el vano del lado oeste del campanario de Santa María, para reconstruir una parte del pasado de la ciudad de Medina Sidonia para casi todos olvidada. Más allá del primer plano de la imagen, con las bóvedas de la iglesia, sus cresterías y arbotantes, vemos abajo, a la derecha, un enorme solar de alta tapia que se abre a la plaza (o mejor se cierra pues está tapiada su puerta), tiene fachada a la calle Vicario Martínez y a la calle Tintoreros, y que contiene diversas estancias. Estos terrenos albergaron un cuartel propiedad del Duque de Medina Sidonia y la cárcel vieja.

Calle de la Cárcel se llamaba de hecho a la actual calle Vicario Martínez. Salvador Montañés (MONTAÑÉS, p. 47) ya lee documentos de 1747 en que se le da este nombre y sitúan la prisión en el antiguo número 98, “cerca de la esquina que desemboca en la Plaza de la Iglesia Mayor”, nos dice. En el padrón de 1810, realizado bajo la ocupación francesa, se dice también que es el número 98 (ROMERO, p. 323 n. 176), aunque en los padrones de 1844 se habla de los números 100 y 101 (ROMERO, p. 38 n. 189). Enseguida damos explicación al hecho.

En un principio el recinto ocupado por los presos no constaba más que de dos pequeñísimos calabozos. En 1800 cárcel y callejones aledaños en la calle de los Tintoreros sirvieron de lugar de aislamiento a los afectados por la fiebre amarilla que habían venido contagiados desde Cádiz, 40 personas de las que murió la mayor parte (ROMERO, p. 22). En 1808 ocupaba en el Ayuntamiento el cargo de diputado de cárcel (especie de concejal) Juan de Pareja y Morón; y era su alcaide el teniente alguacil mayor de justicia Francisco Herrera, a quien se pagaron de las cuentas de propios 1 100 reales por su tarea (ROMERO, p. 55). Como recientemente se había acordado atender solo al mantenimiento de los presos pobres y del carcelero (en este caso carcelera), “siguiendo la vieja costumbre”, el alcaide debía dar razón de los gastos al diputado, quien se quejaba ante el cabildo el 7 de mayo de cierta incompetencia del alguacil mayor en el control de las raciones. Ese mismo día solicitaba el arreglo del recinto y llamaba la atención por los escándalos que se habían producido “en las personas a quien el alcaide tiene encomendada su custodia”. Aquel año los gastos por el mantenimiento de la cárcel ascendieron a 10 447 reales y 9 maravedíes: 5 278 rs y 20 mrs por la manutención de presos pobres, 3 933 rs y 8 mrs por la curación de presos enfermos y 1 235 rs y 15 mrs por gastos de aceite y agua (ROMERO, pp. 77-78). En 1809 fue nombrado diputado de cárcel el procurador mayor Ramón Ibarra (ROMERO, p. 151), luego ocuparía el cargo, interinamente, Pedro de los Hoyos, a quien sustituiría Pedro Galán Saavedra (ROMERO, pp. 153-154). Este último hubo de atender a una protesta de los presos por falta de limpieza en el lugar, lo que achacaban a la falta de un “sotalcaide”. Pedro de los Hoyos, de nuevo diputado, dio cuenta del arreglo y de la colocación de un guardia para la custodia de los reos en cabildo de 4 de diciembre (ROMERO, pp. 174-175). Ese año se dio otro hecho interesante. Al Ayuntamiento de Medina Sidonia había tocado la custodia de casi 300 soldados franceses de los que habían sido hecho prisioneros en la batalla de Bailén, y había sido descubierto un plan de fuga encabezado por dos sargentos. El corregidor, Manuel de Rada, los encerró en la cárcel después de tomarles declaración y, probada su culpabilidad, pidió a las autoridades superiores que fuesen conducidos a los pontones de Cádiz para evitar conmociones en el pueblo, como se hizo (ROMERO, p. 179). Fueron encerrados también en la cárcel pública algunos jóvenes que intentaron evitar los sorteos para ingresar en el ejército. A comienzos de 1810 el cargo de diputado de cárcel recayó en Luis Rubio (ROMERO, p. 258).

Por otro lado, en documentos relativos al abastecimiento de las tropas francesas en 1810 se habla de los realizados a las establecidas en el “Cuartel de la Cárcel” (ROMERO, p. 277), lo que nos hace pensar en un espacio colateral a la misma más amplio y saneado. Efectivamente, en las cuentas del administrador de Bienes Nacionales durante la ocupación, don Francisco de Paula de la Serna, correspondientes a 1811 se habla de este cuartel como terreno incautado antes perteneciente al no reconocido Duque de Medina Sidonia (ROMERO, p. 565).

La cárcel siguió funcionando entre 1810 y 1812. En las cuentas de propios de 1810, firmadas en 1815 (ROMERO, p. 583) se anotan pagos al alcaide Francisco Herrera (1 100 rs) y al diputado Luis Rubio para atender al suministro y curativa de los presos (4 000 rs). En ella se encerró, por ejemplo, al escribano Carlos Manin porque los franceses sospechaban que era informante de los ejércitos españoles (ROMERO, p. 746); también a algunos de los cabecillas locales que favorecieron la entrada de las tropas españolas en el asalto, al cabo inútil, del 29 de enero de 1811, como Antonio Pérez Olmedo, cabo del Resguardo de Rentas, que había facilitado armas a varios vecinos (ROMERO, p. 389). Juan Rafael de Pina, habitual suministrador de leña y aceite a las tropas francesas, cuando fue acusado de colaboracionista a la salida de éstas, se defendía diciendo que en más de una ocasión lo habían puesto en la cárcel por no haber querido hacer el trabajo (ROMERO, p. 711). Y cuando, tras la masiva emigración de población que se produjo a raíz de la nueva toma de la ciudad en los primeros días de marzo de 1811 en coincidencia con la Batalla de Chiclana, se acordó suspender el sueldo de gran parte de los empleados del Ayuntamiento, quedó entre los exentos el alcaide de la cárcel, a quien se pagarían 1 100 reales. En las cuentas de propios de 1811 también se consignan 189 reales de gasto en la cárcel entregados por obras y limpieza a Manuel Lunar y a Juan Rodríguez (ROMERO, p. 587). Las cuentas de 1812 cifran en 672 rs y 31 mrs los gastos de cárcel. Por lo detallado de la cuenta y el interés indudable para entender la cotidianidad del pueblo reproducimos la factura que presentó el maestro de albañilería Andrés Vázquez al Ayuntamiento el 11 de enero de 1812 por el arreglo hecho en la cárcel pública (ROMERO, p. 591):

 Certifico yo Andrés Vázquez, como maestro de albañilería que soy en esta ciudad, haber gobernado  y encalado la cárcel de dicha ciudad, y se ha gastado lo siguiente:

Día 10 de enero                                                  rs.    mrs.

De jornales                                                          29

De cal blanca                                                      10     20

De cal prieta, 3 fanegas                                      9

De arena, una carga                                            2

De yeso. Tres cuartillas                                       5       8

Día 11

De jornales                                                             17

Un medio de cal para encalar                               1       8

Carpintería, un pedazo de tabla ente-

riza                                                                           8

Medio ciento de clavos de entablar                     7

Diez machos de alcayatas                                    6

Dos nudos de goznes                                            3

Cuatro clavos grandes                                          2

Un día de trabajo                                                12

Maestro de herrero para componer

tres cerraduras y una llave nueva                     30

                                               SUMAN              142     36

 

 La felicidad de los días de la promulgación de la Constitución de Cádiz en septiembre de 1812 también alcanzaría a los presos pobres de la cárcel publica para quienes se dispondría “alguna limosna de pan cocido y comida” (ROMERO, p.642). Se nombraron entonces nuevo diputado, Antonio Mateos de la Sida, y nuevo alcaide, Pedro María Cabello, sustituido por José Girel en 1813. En 1814 fue diputado de cárcel Antonio Abad Chaves, permaneciendo en su cargo Girel. Siguieron los problemas de encarcelamiento de mozos que intentaban escapar a los alistamientos.

En el cabildo de 23 de marzo de 1813 se decidió que los hortelanos y vecinos del barrio de Santa Catalina que no habían participado en la demolición del fuerte francés del castillo costearan la limpieza del cuartel de la cárcel y las calles inmediatas a él por estar “demasiadamente sucias, llenas de estiércol y casi intransitables” y encontrarse cercanas a la Iglesia Mayor, adonde se dirigían muchas personas en aquellos días.

El problema sanitario en la cárcel no se resolvía. Los presos vivían hacinados y en cualquier momento un mal contagio podía devenir en desgracia para la ciudad. En 1815 el Ayuntamiento consideró que la situación era insostenible (IGLESIAS, pp. 24, 34):

        Una sola ojeada sobre este establecimiento ha penetrado al Ayuntamiento de horror y compasión,  pues al mismo tiempo que ha conmovido extraordinariamente por la miserable situación de los infelices que gimen en ella, reflexionando igualmente sobre las terribles consecuencias que para la salud pública pueden originarse, se ha horrorizado hasta el extremo (…) Quince o veinte hombres encerrados continuamente en una lóbrega prisión, mal alimentados, peor vestidos, sin ventilación alguna, sin ningún aseo ni limpieza, forman un germen de corrupción capaz de extenderse por toda una provincia.

     La cárcel era “una horrorosa mazmorra adonde resuenan día y noche blasfemias e imprecaciones de los infelices que desean la muerte por alivio de sus males”. Así que se decidió remozar y ampliar el edificio para hacerlo más salubre. Y para contar con el dinero que se precisaba para la obra, unos 200 000 reales, se elevó una petición al Rey solicitando que se aprobaran arbitrios extraordinarios. Se propuso celebrar 30 corridas de toros, “lidiándose en cada una de ellas el número de reses que pudiera consumir el vecindario y la gente que fuera a verlas desde los pueblos comarcanos”. Esto podría aportar unos 60 000 reales “atendida la afición de estos naturales a esta diversión nacional”. Y se acotarían para pasto y labor 6 241 fanegas de tierra baldía cuyos productos anuales ascenderían a 35 130 reales y, al cabo de cuatro, los otros 140 000 reales que hacían falta (IGLESIAS, pp. 45-46). El Consejo de Castilla aprobó los acotamientos pero no los festejos taurinos. Con todo, la cárcel pudo ser reedificada y las condiciones de los presos mejoraron sensiblemente.

Tras las desamortizaciones de los bienes conventuales y la exclaustración de los frailes, la cárcel de Medina Sidonia pasó a dependencias del antiguo Convento de San Francisco el 1848, teniendo su entrada por la calle San Isidro. Las celdas de los monjes pasaron a ser celdas de presos. Como cabeza de partido judicial que pasó a ser Medina, el recinto acogió también a reclusos de Alcalá de los Gazules y de Paterna de Ribera. Pero esta es… otra historia.


Bibliografía

-Iglesias Rodríguez, Juan José, “Cárceles gaditanas del Antiguo Régimen: El Puerto de Santa María y su entorno provincial”, Revista de Historia de El Puerto, nº 64, 2020 (1er semestre), pp. 9-53.

-Montañés Caballero, Salvador, El callejero de Medina Sidonia. Aproximación al origen y formación de su nomenclatura, Medina Sidonia, Excmo. Ayuntamiento, 1992.

-Romero Valiente, Jesús, Medina Sidonia durante la Guerra de la Independencia (1808-1814), Chiclana de la Frontera, Asociación Cultural “Puerta del Sol”, 2011, 2 t.

 


miércoles, noviembre 05, 2025

UNA VIEJA FOTO DE MEDINA SIDONIA DESDE SANTA MARÍA

 

Fotografía del Patronato Nacional de Turismo. Archivos Estatales

    Aunque parezca más antigua, creo que esta fotografía puede ser de finales de los años 50. Está tomada desde la fachada norte del campanario de la iglesia de Santa María. Veo que ya aparece el rótulo de la calle que se dedicó al arcipreste Pérez Vedelín (1877-1954) frente al convento de Jesús, María y José, y que tras los tejados de éste se aprecian los más modernos de la nave que había en la Plazuela de las Monjas. Con todo, llaman la atención muchos detalles. Siguiendo el recorrido de la calle Ancha podemos ver cómo todavía está intacta la casa en que vivió el almirante Cervera; puede apreciarse toda la zona sur del convento de San Agustín, además de la iglesia; el Cristo de la Sangre luce bien encalado (arriba a la derecha). Abajo a la izquierda pueden verse el reloj de sol y las ruinas de la Casa Cuna. Siguiendo la calle Amor de Dios se distinguen muy bien las casas del hospital. Al fondo tenemos los muros del recreo de San Antonio y la primera curva de la carretera de Chiclana, etc.

domingo, noviembre 02, 2025

EL VICARIO DIFUNTO Y LA CAMPANA DEL RELOJ

 
                                    

         Debe de estar removiéndose estos días en su tumba de la iglesia de Santa María la canina de don Alonso de Novela, vicario y mayordomo de fábrica de las iglesias de Medina Sidonia que fue, con el ruido de los andamios en torno a la torre cuya obra tanto le costó rematar. Hecha ya hasta el arranque del campanario a finales de 1620, contaba ahora con el apoyo del señor obispo don Juan Verdugo Sandoval, para hacer la licitación que permitiera darle fin, pregonando las condiciones en las ciudades comarcanas donde existieren maestros canteros. Entre ellas, y a propósito del reloj y su campana, que debía colocarse en el segundo cuerpo del campanario (satisfago a quienes me preguntaban el pasado domingo), he leído: “Que se suba y asiente la campana del reloj que se ha de poner en el medio de la torre, y se ha de poner y fortificar con una barra de hierro que atraviese y cargue en los pilares (…) Que luego se haya asentado la campana, se acabe de cerrar la bóveda con el cintrel de las pechinas…” Era el 26 de enero de 1621.

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