viernes, agosto 26, 2011

Orfeo y Eurídice

Orfeo y Eurídice, Rubens, Museo del Prado

Cuenta Virgilio en el libro IV de sus Geórgicas que, apesadumbrado Aristeo por la pérdida de sus abejas, se quejó amargamente a su madre, la ninfa Cirene, ante las fuentes del río Peneo en cuyo fondo habitaba. Compadecida ésta, hizo que se abrieran las aguas para que su hijo penetrara en las profundidades y la escuchara: sólo el adivino Proteo, el viejo dios marino que apacentaba las manadas de focas de Poseidón, podría dar una solución a sus males, aunque antes era preciso echarle el lazo en su escondrijo evitando que escapara con sus múltiples transformaciones. Bien atenazado por el diestro pastor, Proteo emitió un claro mensaje: era la desgracia de Orfeo, hijo de Eagro y la ninfa Calíope, uno de los argonautas y el más diestro poeta y tañedor de lira, la causa de su propia desgracia, ya que accidentalmente había provocado la muerte de su esposa Eurídice, que había sido mordida por una culebra mientras él la perseguía por el campo víctima de oscura pasión. Orfeo incluso había descendido a los infiernos y había conseguido ablandar con su dulce canto a sus moradores (la rueda de Ixión deja de girar, la roca de Sísifo queda en equilibrio, las Danaides dejan de llenar su tonel sin fondo…), consiguiendo de Hades y Perséfone el regreso de su amada a la vida. Una sola condición le puso la diosa, que no volviese la vista atrás en el camino de regreso. Pero imprudente, Orfeo se detuvo al borde mismo de la luz, giró su cabeza, y su esposa se deshizo como el humo en la brisa para no volver más:

illa “quis et me” inquit “miseram et te perdidit, Orpheu,
quis tantus furor? en iterum crudelia retro
fata uocant, conditque natantia lumina somnus.
iamque uale: feror ingenti circumdata nocte
inualidasque tibi tendens, heu non tua, palmas”.
(VERG. georg. 4, 494-498)

Durante siete meses se dice que lloró Orfeo al pie de una roca junto a las aguas del Estrimón compadeciendo a bestias y árboles con su canto lastimero. Desesperado, marchó a las tierras hiperbóreas, al helado Don y a las montañas de Escitia, siendo finalmente víctima de las madres de los cícones de Tracia, molestas por esta devoción a su esposa en el momento en que se hacían los rituales orgiásticos en honor de Dioniso. En su delirio, las ménades desgarraron el cuerpo de Orfeo y esparcieron sus pedazos, pero incluso entonces, mientras su cabeza flotaba en la corriente del Hebro, su boca y su lengua frías gritaban hermosamente el nombre de su amada, que repetían haciendo eco las riberas. Algunas tradiciones cuentan que el enfado de las tracias se debió a que Orfeo, no queriendo trato con mujeres, se rodeaba de muchachos, por lo que algunos lo consideran “inventor” de la pederastia. Otras, que, a su regreso de los infiernos, había instituido un culto basado en sus experiencias subterráneas en el que no admitía a aquéllas…

Cirene aconsejó a su hijo que agasajara con sacrificios a las ninfas que habían causado la enfermedad de sus abejas, pues la desgraciada Eurídice había formado parte del cortejo de las dríades, y que hiciera ofrendas fúnebres a Orfeo. Milagrosamente, de las entrañas licuadas de los bueyes sacrificados brotaron las abejas bullendo entre las costillas, arremolinándose en el aire y apiñándose en las ramas de los árboles.

Por lo que se refiere a la cabeza de Orfeo, llegó junto con su lira hasta la isla de Lesbos, cuyos habitantes le erigieron una tumba, de donde a veces salía el sonido del instrumento, lo que explica que Lesbos fuera la tierra por excelencia de la poesía lírica. No es ésta tampoco la única tradición sobre sus restos… Finalmente, la lira del cantor fue transportada al cielo y quedó convertida en constelación, mientras su alma pasó a habitar los Campos Elíseos donde, vestida de blanco, deleita con su música a los bienaventurados.

Orfeo, Gustave Moreau, Musée d´Orsay (París)
Como era inevitable, muchos músicos han recurrido a este mito como argumento de sus composiciones, pero quizá la obra más conocida al respecto sea la ópera Orfeo ed Euridice, de Christoph Willibald von Gluck, con libreto de Calzabigi, estrenada en 1762. Las diferentes revisiones y transformaciones que ha sufrido nos hace encontrar todo tipo de Orfeos: castrati, tenores, barítonos... La mezzosoprano española Teresa Berganza interpretó la famosa aria “Che farò senza Euridice?” del acto III de manera verdaderamente conmovedora.

Vídeo subido por llunatiq. Gracias

Che farò senza Euridice?
Dove andrò senza il mio ben?
Che farò?
Dove andrò?
Che farò senza il mio ben?
Dove andrò senza il mio ben?
Euridice! Euridice!
O Dio! Rispondi!
Rispondi!
Io son pure il tuo, fedele!
Io son pure il tuo, il tuo!
Che farò senza Euridice?
Dove andrò senza il mio ben?
Che farò?
Dove andrò?
Che farò senza il mio ben?
Dove andrò senza il mio ben?
Euridice! Euridice!
Ah! Non m'avanza
più soccorso, più speranza
nè dal mondo, nè dal ciel!
Che farò senza Euridice?
Dove andrò senza il mio ben?
Che farò?
Dove andrò?
Che farò senza il mio ben?
Dove andrò?
Che farò?
Che farò senza il mio ben?
Senza il mio ben?

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