martes, julio 14, 2009

En Las Alpujarras (III)


Tices (22 de agosto de 1997)
Me he adentrado en la pista de tierra que lleva desde el Puerto de la Ragua hasta Ohanes. A esta altura del año la laguna Seca no es más que una pequeña depresión del terreno a la izquierda del carril, el fondo quebrado está rodeado de un amarillo de oro donde pastan tranquilamente unas vacas. El aire es puro; el sentimiento, de soledad. En medio de preciosos bosquecillos de pinos y abetos, cuyo suelo está cubierto de troncos procedentes de la tala, el frío de la mañana, el pálido cielo y la forma de la arboleda me recuerdan algunos paisajes de Friedrich. Pasada la Piedra Negra y la zona más rocosa, el descenso se hace vertiginoso, y es entonces cuando se contemplan impresionantes vistas de los pueblos del valle, Beires y Canjáyar.
Me dirijo a Tices, al santuario de la Alpujarra almeriense. Es la una cuando planto mi caballete. Al pie de la torre izquierda hay un jardincillo con un estanque que corona la imagen de una Virgen de piedra blanquísima. El tamaño de la basílica parece estar en desacuerdo con lo solitario del lugar. Un chiquillo, un señor gordinflón con gafas oscuras que no para de hablar consigo mismo y un anciano pasean entre las flores. De vez en cuando una mujer y un joven entran por la puertecilla del edificio anejo a la iglesia, siento sus miradas mientras pinto. Las conversaciones que me llegan y los movimientos que noto me hacen pensar que estoy ante un centro de acogida de disminuidos psíquicos. Sólo cuando mi trabajo está casi terminado los habitantes del lugar se han acercado a curiosear, y he podido cruzar unas palabras. Uno de los albañiles que trabaja reparando una casita cercana ha comentado orgulloso: "Ves como toda Almería no es un desierto". Me habló de las virtudes de la uva de esta zona y de la pena que suponía que no hubiera pasado aquí lo que en la Alpujarra granadina: "Las inversiones para atraer a la gente".
En verdad, cuando regreso por la tarde hasta Laujar, ya casi de noche, me alegro de que este paisaje no se haya visto alterado por las necesidades del turismo. La tierra roja y arcillosa y el verde de las parras entrelazadas sobre las terrazas hacen de Ohanes un rincón muy bello. Beires, con su iglesia siena entre casas blancas, y Fondón o Fuente Victoria, con su carretera sombreada por grandes árboles que son testigos del paseo vespertino de los vecinos, son auténticos vergeles.

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