viernes, octubre 26, 2012

Thebussem (XXVI)


¿Quién engañará a quién?, José Jiménez Aranda (1890), Colección particular (Madrid)

Cómo se acabó en Medina el Rosario de la Aurora,
por el Doctor Thebussem (III)


Seis u ocho meses llevaba de permanencia en Medina, con nombramiento de escribano público, Alonso de Beas Montero, y este mozo, más rico de imaginación que de bienes de fortuna, creyó que los mejores instrumentos que podía archivar en su protocolo eran el cuerpo y la dote de doña María Picazo. Si nos fijamos en que, por aquellos tiempos, el escribano carecía del tratamiento de “Don”, y en que su cargo era incompatible con la nobleza; si atendemos a la creencia general de que ninguno podía irse a la gloria; a la necesidad que tenían las leyes de advertir que su oficio “era honrado”; a los sarcasmos y burlas que les lanzan los escritores y poetas de todas las épocas; al recibimiento burlesco que, aun en nuestros días, suele tener el cartulario cuando el autor dramático lo saca a la escena, casi siempre con un corte ridículo; y a las palabras que se escapan de la pluma de un afamadísimo jurista moderno, que no sabe el porqué de la “sombra que cubre de tal manera esta profesión, que no le permite aparecer con aquel brillo que debe tener por su alta trascendencia”; si nos paramos, repito, en estos antecedentes, se comprenderá con facilidad la escasa consideración social de que disfrutaban los antiguos notarios, y el motivo de que la clase tomara justa venganza de tales agravios, devolviéndolos con usura a la sociedad, y justificando el amargo dicho de Larra de que Dios crió al escribano para tormento de todo el mundo.(1) Si se meditan y consideran todas estas circunstancias, y nos trasladamos con el entendimiento a la estrecha sociedad de un pueblo en el siglo XVII, comprenderemos que la idea de la conquista de México fue miel y manteca si se compara con el proyecto que abrigaba Alonso de Beas de enamorar y conseguir la mano de la rica hembra, y, aunque nueva, encopetada hidalga, doña María Picazo.

El pretendiente comenzó su campaña fortificándose en la iglesia, baluarte en aquellos días más fuerte y seguro para todo linaje de pretensiones que el que ofrece la miserable y chabacana política de nuestros tiempos. El buen escribano iba a la misma misa que su dama; se hizo cofrade de la Hermandad de las Ánimas Benditas, y tomó por confesor a fray Pedro del Carmen, de la Orden de San Agustín, que era el director espiritual de doña María. Este excelente religioso, a quien anunció su proyecto, manifestó que no haría oposición alguna si la doncella y su padre se hallaban conformes en que llegaran a celebrarse aquellas bodas.

La cofradía de las Ánimas Benditas, cuyo prioste era el Tío Frasquito Picazo, se hallaba establecida en la ermita de Santa Catalina,(2) y contaba entre sus miembros muchos curiales y gente principal de la población. En las madrugadas de los días festivos cantaban el Rosario por las calles y asistían, antes de retirarse, a la misa del alba. Siempre que Alonso de Beas llevaba la voz, daba la casualidad de que delante de las anchas ventanas de la casa de Picazo tocase decir las palabras de “Dios te salve, María, llena eres de gracia..., bendita tú entre todas las mujeres...” Tal coincidencia, y el pasar diariamente por la calle de la rica hembra, enteraron a ésta con rapidez de cuáles podían ser los pensamientos de aquel galán de la fe pública. Aun cuando, si a la dama le hubiera sido lícito escoger, hubiera preferido la espada a la pluma, y el mayorazgo o caballero de hábito al procurador o al escribano, parece que no le desagradó ni la figura, ni la humildad, ni el comedimiento de aquel mancebo, que en nada la ofendía con su platónico y respetuoso amor.

(Continuará)

(1) "Así como el portador de la candela era siempre muchacho y nunca envejecía, así la trapera no es nunca joven: nace vieja; éstos son los dos oficios extremos de la vida, y como la Providencia, justa, destinó a la mortificación de todo bicho otro bicho en la naturaleza, como crió el sacre para daño de la paloma, la araña para tormento de la mosca, la mosca para el caballo, la mujer para el hombre y el escribano para todo el mundo, así crió en sus altos juicios a la trapera para el perro. Estas dos especies se aborrecen, se persiguen, se ladran, se enganchan y se venden". Mariano José de Larra, "Modos de vivir que no dan de vivir. Oficios menudos", 29 de junio de 1835.
(2) Francisco Martínez y Delgado en su Historia de la ciudad de Medina Sidonia (Cádiz, Imprenta de la Revista Médica, 1875, p. 241) refiere que la congregación de Ánimas Benditas y Santo Cristo de la Providencia erigida en la ermita de Santa Catalina cesó en sus funciones en 1784 a raíz de la prohibición de los rosarios nocturnos por parte del obispo de Cádiz.
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