Los mares de Tahití
Pero, como no sabemos qué fue lo que nuestro teniente de navío relató a sus familiares y conciudadanos asidonenses cuando regresó de su viaje, hemos querido hurgar en su Diario de navegación para recabar algunas noticias sobre las cosas que más le sorprendieron o le gustaron de la isla de Otahití. Extraemos algunos párrafos de lo escrito entre los días 22 de junio y 18 de julio de 1866. El primero, esta preciosa descripción de los fondos marinos del arrecife.
En el arrecife, y varado un bote en dos pies de agua, se nota el fondo del mar lleno de madréporas blancas más hermosas que los lirios de la tierra; de corales rojos y rosa formando arbolillos caprichosísimos; esponjas, conchas y piedrezuelas de todas clases. Sobre este fondo, de por sí admirable, se ven millaradas de pececillos de formas y colores tan variados que es imposible describirlos. Los mayores tendrán seis pulgadas de largo y los más pequeños media y aún quizá menos. Los hay azules, verdes, morados, rojos, amarillos y negros; unos salpicados con manchas de luciente oro, otros de plata y otros con mezcla de seis o siete matices. Cuando les hiere el sol parecen cuerpos metálicos según lo que brillan. Y no hay aquello de ver ahora uno y luego otro, sino que como antes dije, se ven por miles. Yo me pasaba grandes ratos contemplando y admirando aquel cuadro de tan ricos y hermosos esmaltes, a cuyo lado quedarían eclipsados los mejores lienzos de los museos de Roma…
En el arrecife, y varado un bote en dos pies de agua, se nota el fondo del mar lleno de madréporas blancas más hermosas que los lirios de la tierra; de corales rojos y rosa formando arbolillos caprichosísimos; esponjas, conchas y piedrezuelas de todas clases. Sobre este fondo, de por sí admirable, se ven millaradas de pececillos de formas y colores tan variados que es imposible describirlos. Los mayores tendrán seis pulgadas de largo y los más pequeños media y aún quizá menos. Los hay azules, verdes, morados, rojos, amarillos y negros; unos salpicados con manchas de luciente oro, otros de plata y otros con mezcla de seis o siete matices. Cuando les hiere el sol parecen cuerpos metálicos según lo que brillan. Y no hay aquello de ver ahora uno y luego otro, sino que como antes dije, se ven por miles. Yo me pasaba grandes ratos contemplando y admirando aquel cuadro de tan ricos y hermosos esmaltes, a cuyo lado quedarían eclipsados los mejores lienzos de los museos de Roma…
No hay comentarios:
Publicar un comentario